El domingo asistimos al funeral de la institucionalidad. Ella, aunque agonizaba en los últimos meses, esperaba vivir. Pero no. No le dieron el chance a recuperarse: la asesinaron vilmente, durante una jornada en la que ni siquiera se preocuparon de guardar un poco las apariencias.
El derroche de dinero fue tremendo. Las ansias por conservar el poder eran voraces y, en consecuencia, hicieron hasta lo inimaginable para quedarse ahí. No en vano durante las últimas semanas se veían las patanas llenas de electrodomésticos y, al son de comida y dinero, le "recordaron" a la gente que era más conveniente que se quedaran.
No sé qué hubiese pasado si no se hubieran comprado cédulas (algo que, aunque en menor medida, también hizo el PRD) y vendido ilusiones, amén de alquilar conciencias. Tal vez el resultado habría sido igual. Pero,¡qué bien nos habríamos sentido! ¡Un gobierno instalado sobre las bases de la democracia y la institucionalidad nos habría hecho sentir tan orgullosos! En su lugar, hoy toca revisarnos y ver qué haremos para lograr que en este país se respeten las reglas y no tengamos que ver, una y otra vez, que los gobiernos hacen lo que les da la gana sin que nadie pueda impedírselo.
De alguna forma tenemos que evitar que en las elecciones se coarten las libertades, se vulneren los derechos y, encima de todo eso, se incumpla de mil maneras la Ley Electoral. Qué triste fue ver a los partidos proclamándose ganadores ¡el PLD en la propia JCE!).
También fue lamentable que nuestros congresistas dejaran de legislar para "trabajar" por su candidato. Olvidaron las sesiones, los proyectos de ley y todo aquello para lo que les pagamos un muy digno salario y volvieron a hacer del clientelismo una fórmula para cazar votos. Ay, de los agasajos y regalos a las madres bastantes días antes de la fecha pero, claro, tocaba darles alegría para que votaran con mayor emoción.
Peor aún resultó ver que la Junta Central Electoral fue todo menos un árbitro imparcial en este proceso. No sólo se inclinó a favor del partido oficial, sino que decidió mirar a un lado y no ver lo que estaba sucediendo y tenía la facultad de detener: el uso de los recursos del Estado en la campaña electoral, por ejemplo, o el que el Presidente de la República se convirtiera en agente político y usara hasta los actos oficiales con fines proselitistas.
Como si eso fuera poco los ciudadanos tampoco hicimos lo que debimos. La apatía se apoderó de la sociedad y guardamos silencio, en ocasiones, en torno a lo que estaba sucediendo. Pocos se escandalizaron y denunciaron. Ni siquiera cuando los militares atropellaban dirigentes políticos hicimos que se escuchara nuestra voz. Luego, cuando todo estaba consumado, quisimos hablar. Pero, ¿había realmente algo qué hacer? No... ya era tarde.
De cualquier manera, la República Dominicana tiene el Gobierno que eligió. No importa las razones por las que el pueblo lo hizo. Ese es el gobierno que merece. Sólo nos queda esperar que Danilo Medina sea un buen Presidente. Por el bien de todos. Su éxito será nuestra fortuna.
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