viernes, 30 de diciembre de 2011

Una elegía por ese año que ahora se marcha


Ellas quedaron en el rincón del jamás. Deshechas, se desvanecieron en el tiempo y murieron de hastío y soledad. Fueron promesas, intenciones, deseos que nunca se materializaron porque faltó voluntad.

Desde esa sociedad más justa que no deja de ser deseo y necesidad hasta esa inversión social que cada año se promete... nada es lo que debió ser. Pero el 2011 languidece a pesar de ello y, quizás hipócritas o soñadores, lo despediremos con la ilusión de que el año que viene sí tendremos todo lo que nos merecemos.

Pasar balance al 2011 duele. Aumentaron los feminicidios y el irrespeto por la vida cobró un sentido tan macondiano que se llegó a matar por un parqueo, una computadora o un regaño; las leyes volvieron a incumplirse (vale evocar la inversión en la educación) y la estabilidad económica siguió siendo ese juego de aritmética en el que, aunque el conjunto esté lleno, los elementos que lo integran no alcanzan la plenitud y ven sus bolsillos vacíos.

Quizás sea mejor hablar de ese año que estrenaremos el domingo. Pero lo haremos concentrándonos en la magia y del sueño. Porque, ¿podemos confiar en que un año electoral, en el que algunos de los actores andan con sus máscaras puestas, pueda ser bueno?

Tal vez, vistiéndonos color esperanza, podamos creer que ahora los políticos rendirán culto a la honestidad y la decencia y nos evitarán más decepciones. Que no tendremos mayores sorpresas y que la delincuencia y la crisis serán cosa de un pasado del que ya no nos acordaremos. A nivel personal podría ser más fácil. Por eso elevaré mi copa y desearé que cada sueño sea una verdad.

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