jueves, 29 de diciembre de 2011

La vida, ¿vale algo?


Los cuerpos inertes yacen en nuestra memoria. Sus rostros desencajados, con el rictus de la muerte dibujado en ellos, nos golpean como si quisieran advertirnos. Hablan, con propiedad, de todo lo que hemos dejado atrás.

Son casos muy diversos. Pero todos evitables, incomprensibles y absurdos. Alguien que muere durante una discusión por un parqueo; otro que mata a su hermano por una computadora o un hijo que acaba con su padre por RD$500. Cada caso, que tiñó de sangre el 2011, nos presenta la cara más triste de una sociedad en la que la vida parece no valer nada.

Vale con decir que 2,345 personas han muerto de forma violenta en el 2011 para hacer un llamado a la reflexión. Y es que, si no nos cuestionamos y reparamos en qué nos pasa, terminaremos siendo un país en el que todos tengamos un sello de caducidad al dorso. Aquel que, tristemente, no estará marcado por una fecha sino por las barras de la tolerancia ajena.

Si hablamos de la violencia intrafamiliar será aún peor. Las denuncias se multiplican y las cifras son desgarradoras: 229 mujeres han sido asesinadas este año por sus parejas o ex parejas, mientras que entre los años 2005-2010 murieron mil 153.

No sé si algún día veremos una República Dominicana en la que las armas no reinen y la violencia no sea algo a lo que se le rinda pleitesía. Urge que la paz sea una forma de vida y que se nos deje de violentar hasta en el tránsito.

Puede que sean los problemas los que nos mantengan en un estado de irritación tal que seamos incapaces de mantener la coherencia. Cuando se tiene que luchar tanto, y sobra la impotencia, es lógico que se acumulen dosis de rabia insospechadas. Pese a ello, la razón debe primar.

Hoy, a poco tiempo de que el 2011 deje de existir, sólo pido respeto por la vida. No sigamos cantando aquellas notas de Pablo Milanés en la que nos dice que "La vida no vale nada/cuando otros se están matando/y yo sigo aquí cantando/cual si no pasara nada". Rindamos culto a la vida. Preservemos lo único que, se supone, no pueden robarnos.

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