domingo, 12 de abril de 2020

Los anillos, algún día, se olvidan

Estar sin ellos me hacía sentir desnuda. Cual si fuese una tragedia, las veces que los olvidé no sabía estar: me sentía vacía, infinitamente expuesta, como si su presencia fuera un ancla para mi seguridad.

Aunque suene ridículo y absurdo, mis anillos han sido tan vitales para mí que en más de una ocasión me devolví a mi casa a buscarlos. También, sin embargo, han sido importantes los aretes, esos que nunca me quito ni siquiera a la hora de dormir, las pulseras, el reloj y la cadena que ha ido cambiando con el tiempo para mostrar uno que otro dige distinto.

Hace semanas los anillos desaparecieron de mis manos, al igual que todos los adornos que solía llevar en los brazos. Aquella tarde los olvidé en casa y, por primera vez en la vida, me di cuenta de que no moriría: con la atención centrada en la situación que vivíamos no reparé en algo tan banal. Fue entonces que empezaron a recomendar que no se usen prendas porque así no se contaminan con el coronavirus. En ese momento el Covid-19 terminó llevándose mis anillos de encuentro.

Los días que han pasado desde que me "despojé" han servido para que repare en las cosas que de verdad tienen valor: la salud, la compañía y los afectos que, al final, son lo único relevante en nuestra vida. ¡Tenía que venir el encierro para aprender que un abrazo pesa más que los teneres y que se puede vivir con muchísimo menos de lo que antes creía!

La cuarentena, en lugar de traerme depresión y desesperación, ha llegado vestida de paz. ¿Cómo, si tengo todo lo que necesito, podría desesperarme? ¿Sería justo que no sea capaz de ver que soy muy privilegiada? Conservar mi trabajo en estos momentos, por ejemplo, es una dicha que muchos no tienen. ¿Podría entonces quejarme cuando no tengo que vivir con la incertidumbre de no saber cómo resolveré mis problemas primarios?

Cuando todo esto pase mi vida será muy parecida a la de antes. La tuya, probablemente, también. A pesar de las canas que no te has podido teñir, de las manicuras pendientes y de los pies que ansían meterse en una cubeta de agua caliente, tienes la fortuna de tener la vida resuelta. Entonces, ¿de qué te quejas? Hacerlo es tan disparatado como extrañar mis anillos.

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