Hace unos días Valentina llegó a su casa muy preocupada. Cuando su madre le preguntó qué le sucedía, la niña le hizo una simple pregunta: mami, ¿es cierto que las niñas solo sirven para chismear?
La madre, perpleja, le dijo que no. Entonces, cuando le preguntó de dónde había sacado eso, la niña le explicó que se lo dijo su profesor de deportes cuando ella fue con otras niñas a la cancha del colegio porque querían jugar al fútbol. "No quiero niñas en mi cancha: las niñas solo traen chismes", fue la respuesta del maestro. Las niñas, que no alcanzan más de nueve años, se confundieron pero también se preocuparon. ¿Por qué el profesor decía eso? ¿Realmente decía la verdad?
La angustia de Valentina fue tan mayúscula que su madre se dio cuenta en cuanto la vio. Tras hablar con su hija, explicándole que la frase del profesor no era más que un reflejo de lo machista que era (ahí tuvo que extenderse para explicarle lo que es el machismo) habló con las otras madres del curso. La indignación de todas, como era de esperarse, fue mayúscula. ¿Qué clase de profesor discrimina así a las niñas y, además, las lastima con un terrible prejuicio que surge del terrible estereotipo que se tiene de las mujeres.
¿Cómo, si Valentina y sus amiguitas no tuvieran unas madres pensantes, crecerían esas niñas sabiéndose condenadas de antemano? ¿Cómo sus compañeros de colegio verán a las niñas en el futuro si crecen con maestros que tienen ese concepto de ellas?
Desterrar el machismo de la sociedad nunca será posible mientras haya maestros y padres que no estén educados en la igualdad. Lograrlo tiene que, sin lugar a dudas, un compromiso de las autoridades educativas. Para ello, deberían empezar sensibilizando a sus docentes. Solo así niñas como Valentina serán recibidas en las canchas con alegría.
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