Las luces se apagan. Jack Veneno acaba de hablar y yo, viéndolo con Manny Pérez, no puedo más que pensar en ella. Abuela Celia, con sus gruesos lentes de concha y los dos moños apretados en los que recogía su abundante cabellera, gritándole a Jack Veneno "dale, dale", mientras se mecía en la mecedora de guano que jamás la abandonaba y le daba golpes al aire como si de un contrincante se tratara. Detrás de ella, a través del marco de la puerta siempre abierta del ventorrillo que regenteaba, algunos de los muchachos del barrio se asomaban por "casualidad". Era la hora de la lucha libre y en la casa de nuestra familia paterna -en el corazón de La Romana- eso era, en realidad, sagrado.
La pasión de nuestra abuela por Jack Veneno nos obligó a amarlo. Por ello, su historia es parte de la nuestra. Verlo es recordar aquellas tardes de emoción en la que nos reuníamos todos -con tía Hilda a la cabeza- frente a un televisor y soñábamos con verlo de cerca algún día. Jack Veneno era sinónimo de felicidad porque cuando él luchaba todo quedaba atrás. A eso se unía que era, de alguna manera, un ejemplo: su espíritu combativo, esa manera en que solía levantarse cuando se le daba por perdido, era todo un estímulo, una manera de decirnos que nunca podemos darnos por vencidos. Su tesón, ese luchar hasta el final, fue otra cosa que volvimos a rescatar con "Veneno. Primera Caída: el Relámpago de Jack”, que se estrenó el jueves pasado y es dirigida por Tabaré Blanchard.
La historia, que surgió gracias a la pasión desmedida de Riccardo Bardellino, comienza mostrando al propio Riccardo transformado en el reportero Luca Diana, quien va a entrevistar a una gloria del mundo de la lucha libre. El protagonista, enfermo, sentado en un sillón y cuidado por una Soraya Pina que se estrena en el cine en un corto papel, empieza a contar lo que sucedió cuando era niño y compartía con su mejor amigo en su provincia natal: San José de ocoa. Los niños son Rafa y Josema, quienes se aficionan a la lucha libre viendo las películas de El Santo, el icónico luchador mexicano Rodolfo Guzmán Huerta, y comienzan a entrenar hasta que se convierten en la Mano Derecha (Rafa) y la Mano Izquierda (Josema). Cuando crecen los amigos se separan: Rafa se va Nueva York, lugar donde se supone que se reunirán más adelante, y Josema se va a la capital, que es donde vive su padre, y se matricula en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Son los duros años 60's y Veneno no lo pasa por alto. Primero encanta a los espectadores con las imágenes de una calle Mella tal como era en esa época. Luego nos muestra las protestas estudiantiles, lo duro de las cárceles en ese entonces y cómo los policías actuaban. También nos habla de lo difícil que era migrar, dejar la vida a la que se estaba acostumbrado y ver cómo los sueños se pueden desvanecer cuando te dedicas a sobrevivir en lugar de luchar por ellos. Esa, sin embargo, es otra de las lecciones de Veneno: nos demuestra que ante una situación límite siempre podremos sacar de abajo y resolver. También nos dice que, a pesar del tiempo perdido, jamás es tarde para volver al camino que siempre hemos querido.
El camino de Jack Veneno, que apenas volvía a pelear, era regresar a Santo Domingo. Y lo hizo. Entonces, tal como sucedió cuando Rafa se iba hacia Nueva York, las imágenes de Veneno nos atrapan en medio de la nostalgia: con una ambientación perfecta, se ve una entrada a la ciudad sin elevados, así como lo que habría sido Dominicana de Espectáculos, el parque Eugenio María de Hostos... es volver al pasado en cuestión de minutos.
Ese pasado, que marca el inicio de la historia dorada de la lucha libre dominicana, tiene dos momentos cumbres: cuando Rafa deja de ser la Mano Derecha y se convierte en Jack Veneno, interpretado por un Manny Pérez que se desprendió totalmente de sí para convertirse en una genial versión del campeón de la bolita del mundo y, como era de esperar, le da todos los matices necesarios al personaje; y cuando Josema se olvida de la Mano Izquierda para dar vida en Relámpago Hernández, que es caracterizado por un Pepe Sierra que se va creciendo hasta ese momento. Ambos actores proyectan tanta fuerza que parecerían ser luchadores de verdad.
Pero no solo por ellos vale la pena ver la película. Ahí están Richard Douglas, que le pone toda la energía necesaria a un Vampiro Cao que es vital para la trama; y las madres, Yamilé Scheker (doña Tatica) y Xiomara Rodríguez (la madre de Relámpago Hernández), que están fabulosas en sus roles. Además cabe destacar también el papel de Ovandy Camilo como Silvio Paulino porque su narración nos lleva directo a los años en los que veíamos lucha libre (en mi caso los 70's, que conste).
Anónimo pero igual de resaltable es el actor que hace el papel del padre de Relámpago Hernández. El nombre no lo tengo a mano, lamentablemente, aunque me he afanado por encontrarlo. Su historia vale la pena rescatarla porque, tal como me contó el día del preestreno, es la primera vez que actúa: su trabajo, en realidad, es como guardaespaldas.
La historia está bien contada y tiene elementos que la hacen parecer de factura internacional, tales los acentos mágico-religiosos que le dan un interesante matiz. ¿El único problema? Termina abruptamente, dejando a uno con deseos de más, y la segunda parte (porque es una saga de tres) no estará lista hasta el 2020. Ese año veremos "Veneno. Segunda Caída: el pueblo quiere lucha", donde saldrán a escena muchos otros personajes de la lucha libre dominicana, tales como los hermanos Bronco y la Bella Salúa. A pesar de ello, Veneno conquista. Y lo hace de tal manera que las dos veces (sí, dos veces) que la he visto la gente termina aplaudiendo con muchísima emoción. Si es que al final el Veneno lo llevaremos en el corazón. ¡Qué buen trabajo hizo el gran Taba!
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