viernes, 23 de febrero de 2018

¿De qué sirve el mes de la Patria?

Las redes están inundadas. Niños disfrazados o vestidos con los colores de la bandera nacional. Sonrientes, le ofrecen su mejor cara a sus padres, quienes los muestran con el pecho henchido, felices y orgullosos de que sus retoños estén rindiendo pleitesía a la gran Patria que les vio nacer. Es, como dice el cliclé, la fiesta de la dominicanidad.

Tal vez, como no tengo hijos, para mí esta no es más que la fiesta del absurdo. Mucho disfraz, mucho "sentimiento" pero a la hora de la verdad, ¿de qué sirve cuando para la mayoría no es más que una absurda pasarela para demostrar la creatividad o lo bien que saben comprar? ¿Vale la pena hacerle honores a la Patria un solo día? Para mí, no.

Muchos dominicanos solo recuerdan la Patria cuando llevan a sus hijos vestidos con los atuendos criollos pero salen del colegio y, esquinas después, se van en rojo, tapan una intersección o llegan a sus trabajos a hacerle la vida miserable a sus compañeros o subalternos. ¿Es honesto poner en alto la dominicanidad cuando nos comportamos como malos ciudadanos?

La Patria no debería tener un día. La Patria es algo de cada día y de cada momento. ¿Se imaginan ustedes lo mucho que se le removerán los huesos a Duarte, Sánchez y Mella cuando los políticos del patio van a llevarle ofrendas al Altar de la Patria a pesar de que le roban las oportunidades a miles de dominicanos cada día?

¿De qué sirven las flores frescas si las conciencias están marchitas? Deberían ser más honestos y no hacer nada: su silencio sería el mejor de los presentes para una Patria que está lastimada y que se siente burlada cuando ve que los esfuerzos de los buenos dominicanos sirven de poco porque su lucha se desvanece por más que lo intenten.

¡Cuánto nos falta por crecer! Adoramos símbolos pero no actuamos apegados a ellos. Somos como esos malos cristianos, qué hay demasiados por demás, que llevan el Padrenuestro en la boca pero jamás se detienen a tenderle la mano a su hermano y, en algunos casos, hasta lo hunden más.

Rescatemos la verdadera dominicanidad. Aquella de la que nos sentíamos orgullosos porque sabíamos cumplir las leyes y nos gustaba hacerlo, le dábamos el corazón y lo poco que tuviéramos a quien lo necesitara y, sobre todo, creíamos en el bien común y no en las metas individualizadas. ¿En qué momento comenzó a primar tanto el yo tan poco el nosotros?

Es triste ver lo que nos pasa. Duele que la dominicanidad no sea más que un acto en el colegio en una mañana de febrero. Y no, no es que el acto esté mal. Tampoco las fotos ni el derroche de un sentimentalismo que es demasiado breve. Lo que está mal es que no vayamos a más. Qué olvidemos a Duarte y sus mil lecciones. Qué no seamos lo que debemos ser.

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