Aún me parece verlo bailar: en mi casa, con la luz tenue, él iba ascendiendo hacia el cielo y se mezclaba con el aire para crear una danza lúdica, única, especial. Mientras disfrutaba viéndolo, sintiendo cómo me "acompañaba", algo dentro de mí se iba destruyendo. Yo, aunque lo sabía, prefería ignorarlo. Jugaba, aunque era absurdo, a olvidar para acallar mis remordimientos.
Nuestra relación era ideal. El me acompañaba siempre, haciéndome parecer interesante, aunque al final demostraba que era una simple imbécil: me dejaba controlar por él, de forma irracional, negándome a cortar con una relación que no tenía ningún beneficio. Fueron años, muchos años, los que estuvimos juntos.
Durante gran parte del tiempo que me acompañó me llevó a mentir. El engaño era, aunque tácitamente, parte de nuestro trato: yo me ocultaba para estar con él y decía, incluso, que habíamos terminado. ¡Ay, de las suelas que quedaron manchadas tras nuestros encuentros furtivos!¡Cómo disfrutaba esos minutos en los que sus besos grises me daban una bocanada de maldito placer!
No sé cuántas veces me dije y le dije al mundo que lo había dejado para siempre. Me convencía, por minutos, horas, días y hasta meses, que ya sí era definitivo: jamás volvería a fumar porque, al hacerlo, perdía demasiado. Un día cualquiera, ante la primera eventualidad, caía de nuevo. ¡Siempre había un motivo para una nueva recaída: el novio que me engañó o que se fue, el dinero que no aparecía (pero paradójicamente gastaba en él) porque ganaba muy poco, las tensiones del trabajo... ¡nada para calmar la ansiedad como fumar, me decía!
Eran excusas tras excusas y recaídas tras recaídas. Entonces, como si de verdad quisiera dejarlo, me consolé fumando el cigarrillo electrónico. Por aquellos días, cuando surgió, se decía que era inocuo y que no representaba ningún peligro. Fue así que cambié el "real" por el "ficticio" y me consolé de la mejor forma que pude hasta que... ¡se rompió el electrónico y volví a fumar cigarrillos normales (aunque mucho menos que antes)!
En ese momento la conciencia me pesaba. Yo había cambiado el cigarrillo normal por el electrónico "convencida" de que tenía que dejarlo. Mi hermana pequeña había enfermado de cáncer unos meses atrás, aunque jamás había fumado y se ejercitaba con frecuencia (su estilo de vida había sido mil veces más saludable que el mío) y su enfermedad me produjo tanto dolor que entendí que yo no podía hacer lo mismo con mi familia de forma deliberada (fumar es comprar todos los boletos para la muerte).
Fue ese remordimiento el que me obligó a dejar de fumar poco después de perder el cigarro electrónico. Era la Navidad del año 2013, se suponía que yo había dejado de fumar meses atrás porque el electrónico me consolaba y yo pensaba en qué le regalaría a mi hermana. Entonces me llegó claramente la imagen de la caja de cigarrillos que tenía oculta en mi cartera y supe cuál sería el regalo perfecto. Sin decirle nada, dos días después de Navidad hice mi ritual de despedida (tenía que acabar con mis provisiones para no desperdiciar lo malgastado en el vicio): me fumé los últimos cigarrillos de mi vida y declaré mi casa, en la que me había mudado 12 días antes, como un espacio libre de humo.
Desde aquel día han pasado cuatro años, cinco meses y cuatro días (no había calculado el tiempo exacto hasta hoy). En ese tiempo he vivido momentos muy difíciles. De repente, aunque no venga a cuento, me dan deseos de fumar así como por joder. Pero no caigo. Con todo lo superado sería ridículo caer. ¿Qué sentido tiene volver a malgastar el dinero y restarme más años de vida de los que debo haberme robado ya? La vida es muy corta como para que uno se la reduzca más pendejamente.
A estas alturas, después de tanto hablar, me doy cuenta de que no les explicado el porqué de estas líneas: hoy, que es el Día Mundial del Tabaco, quiero decirles simplemente que dejar de fumar ha sido mi mejor decisión. Desde entonces la vida tiene otros olores y otros matices. Puedo ejercitarme mejor, me estreso menos y gasto menos dinero de forma absurda. ¿Cuál fue la magia para lograrlo? ¡Querer hacerlo! Yo no recurrí a parches, medicinas, acupuntura, meditación ni nada de eso: el día que dije no más me fumé el último cigarrillo y jamás recaí. Y es que, sin lugar a dudas, el único secreto para dejar de fumar se llama voluntad.
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