Cada historia queda grabada, cual si fuera con yerra, a fuego y dolor en el alma. Constantes, los episodios en los que sufrimos acoso y abuso se repiten a lo largo de nuestras vidas por más que intentemos evitarlo: da igual qué te pongas o qué hagas, qué digas o qué pienses, cómo mires o gesticules: cuando la bestia "se despierta", si es que duerme alguna vez, el animal ataca e intenta doblegar nuestra voluntad y saciar su placer a toda costa.
Aunque la experiencia de cada mujer ha de ser distinta, difícilmente aparezca una que no pueda usar la etiquetas #metoo o #yotambién que han acaparado las redes sociales desde que la actriz Alyssa Milano dijera en Twitter que si todas las mujeres que han sido acosadas o sufrido abusos sexuales escribieran 'me too' (yo también) como estatus, quizá ayude a concienciar a la gente sobre la magnitud de este problema.
Ese tuit fue publicado hace cinco días. Desde ese momento #metoo se viralizó y, posteriormente, surgió el #yotambién. Fue entonces que empecé a ver cómo cada vez más mujeres que conocía -incluidas las de mi familia por supuesto- salían a decir públicamente algo que las mujeres siempre hablábamos en privado pero jamás decíamos a la luz pública (¿miedo o vergüenza, o tal vez las dos?): que hemos sido acosadas buena parte de nuestra vida.
Cuando pensé en tuitear o escribir en el Face acerca de esto me di cuenta que no me servirían unos pocos caracteres. Por ello, retomo este blog para contar algunas cosas que jamás pensé que escribiría. Por ejemplo, la primera vez que me tocó lidiar con el "instinto" animal que llevan consigo muchos hombres tenía 14 ó 15 años. Fue el padre de una amiga, quien intentó tocarme y besarme. ¡No se imaginan lo desagradable que fue! ¡Ese viejo (aunque no era tan mayor, yo lo veía así) intentando tocarme por la fuerza! No sé cómo me escurrí, la verdad, pero tal vez si no hubiese podido zafarme él habría abusado de mí.
Yo me sentí, sin embargo, muy sucia. Es como si hubiese hecho algo tremendo. Me culpé por haber estado en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Me tomó muchos años reconocer que no era mi culpa haberme encontrado con un patán, un agresor que ni siquiera tomó en cuenta que era una amiga muy cercana de su hija. La amistad, tristemente, murió ese día: ¿cómo decirle a ella quién era su papá? Era preferible poner distancia.
Posteriormente, mientras fui creciendo, "entendí" que el acoso era algo "normal" y que tendría que aprender a vivir con ello. Y es que, por ejemplo, algo tan natural como caminar en la calle era exponerse (y tenía que hacerlo todos los días) porque muy frecuentemente aparecía un hombre, en lo que se ha querido confundir con un galanteo a través de los piropos, asediando. ¡Cuánto me intimidaban a veces las cosas que me decían!
Asumirlo como algo "natural", sin embargo, puede ser peligroso. Dejarlo pasar es enfrentarse a la posibilidad de que el acosador entienda que tiene una especie de luz verde para actuar. Entonces intentará llegar a más, incluso a la fuerza, porque al final lo que quiere es saciarse. Luego vienen las culpas, el pensar en lo que no hice o puede haber hecho... todas esas voces y advertencias que escuchamos desde que éramos niñas. ¿Hemos sido nosotras las que hemos fallado? No, aunque parecería que el mundo siempre nos va a responsabilizar de algo que no elegimos ni provocamos, está claro que no.
Lo más fuerte de este tema es que no estamos a salvo en ningún lugar. En el trabajo, por ejemplo, todas hemos vivido la experiencia de haber sido acosadas por algún compañero o relacionado con el que nos haya tocado trabajar de cerca. ¿Lo peor? Ellos nunca lo ven como un acoso porque entienden que si te están "enamorando" te hacen un favor.
Pero en la casa tampoco estamos a salvo. El abuso existe en el hogar mucho más de lo que se dice porque, como se trata de marido y mujer, todo tiene que quedar en la alcoba. ¿Cuántas caricias forzadas o noches de falso amor no hemos tenido que vivir por la obligación de estar con alguien? ¿Cuándo conseguiremos que la cama sea algo verdaderamente de dos, es decir, de cuando ambos quieran?
Si hablamos de los bares y discotecas la situación es peor porque hay hombres que entienden que, si una mujer está sola (o con otras mujeres), pueden atacar a su gusto y la impertinencia fluye con bastante frecuencia. ¿Nunca entenderán cuándo una mujer no anda buscando absolutamente nada? ¿Cuesta tanto pensar en que hay gente que sale solo para disipar? No se imaginan lo terrible que es tener a un necio fastidiando cuando lo único que uno quiere es tranquilidad. ¿Lo peor? Uno termina eligiendo el cine para no tener que sortear estas situaciones.
En resumen, creo que todas hemos sido víctimas en algún momento. Menos que más o más que menos, hemos vivido algún capítulo de angustia, culpa y dolor. Es hora de liberarse de ello. También de exigir respeto. Hay poner el dedo en la llaga. ¿Cómo? Poniéndole rostro a los agresores cuando agredan, dejando de callar cada afrenta y educando a los niños en el respeto pleno. Como sociedad hemos fallado: dándole un matiz cultural al machismo que nos lastima y provoca estas cosas, normalizando el acoso a través del silencio, nos hemos hecho "cómplices" de uno de los actos más cobardes que puede haber: el uso de la fuerza, el poder o la sugestión para intentar hacerse con nuestro cuerpo.
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