Quizás exorcismo, quizás ejercicio de reflexión. De cualquier manera, no son más que palabras que se unen en un lúdico baile (sin pretensiones ni egolatrías).
martes, 19 de febrero de 2013
El día que perdimos a nuestro héroe
Era la imagen del éxito, el emblema de la superación... ese espejo en el que solía mirarme cuando pensaba en que tenía algún problema. Si él pudo superarse, dejando atrás verdaderos obstáculos, ¿de qué podía quejarme yo?, pensé bastantes veces cuando me agobiaban las pequeñeces.
Estar fue su primera victoria. Ni siquiera necesitó ganar: compitiendo en los juegos olímpicos del año pasado, con sus prótesis, Oscar Pistorius logró convertirse en un verdadero ícono de la valentía.
Su foto llegando segundo en la clasificación para las semifinales de los 400 metros lisos dio la vuelta al mundo. Y es que, aunque llegó después del Luguelín Santos, nadie pudo resistirse ante este joven de 25 años que luchó de igual a igual con gente que tenía sus dos piernas.
Desde ese momento comencé a seguirlo en Twitter (@OscarPistorius), donde su avatar conmovía más que sus palabras: se le ve corriendo con una niñita con unas protésis iguales a las suyas pero, además, sin manos. Sus tuits, siempre alentadores, eran una inspiración constante: "Todos nuestros sueños se pueden volver realidad si tenemos el coraje de perseguirlos", decía hace unos días.
Leerle cuando escribía estas cosas era un recordatorio. Pistorius podía usar todas las frases de autoayuda que él quisiera: era el mejor ejemplo de que la voluntad es suficiente para alcanzar el cielo, si es lo que queremos.
Hace unos días ese héroe se comenzó a desdibujar. Tras el asesinato de su novia, la modelo Reeva Steenkamp, nos sacuden sentimientos encontrados en torno a este gran atleta. Leyendo el Blog de Lalo esta mañana (http://bbc.in/Vt3mu6), sin embargo, reparé en lo mucho que endiosamos a los deportistas, olvidando que son seres de carne y hueso y, como nosotros, cometen errores que pueden ser fatales.
En este caso, incluso, se puede tratar de mucho más que eso: tal vez Oscar, a pesar de lo que nos mostraba, nunca se sintió bien con su limitación; puede que, tras esas prótesis que lo hacían ser valiente, se escondiera un hombre inseguro, celoso... oscuro.
Es difícil establecer hasta qué punto es culpable o inocente. La historia no se ve nada bien. El le disparó cuatro veces cuando ella estaba encerrada en el baño. El asegura que pensó que se trataba de un ladrón y que ella dormía en su cama. Mientras sabemos la verdad, si es que llegamos a descubrirla, muere un ídolo. Pistorius es hoy más humano, más falible, más irracional o, quién sabe, más cruel.
Pese a ello cuesta pensarle asesino. Ese muchacho tiene una fundación para ayudar a niños amputados. Es imposible suponer que su sensibilidad sea impostada. Pero, ¿cómo perdonarle, si fue un acceso de cólera, cuando luchamos contra la violencia de género? Pistorius nos pone entre la espalda y la pared. Nos hace cuestionarnos demasiadas cosas. Además, nos obliga, si es que merece la pena, a buscar un nuevo héroe. Mi alma hoy está de luto. Por ella, por él y, por supuesto, por nosotros.
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La violencia doméstica afecta a todas las sociedades y los discapacitados no escapan de ella.
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