domingo, 23 de septiembre de 2012

Ese otro desatino que se vive en el Darío Contreras


De repente se ve vulnerable. Algo de sí ha quedado atrás. Su mirada se ha llenado de dudas y, cual si prefiriera no saber, sólo pregunta lo esencial.

El mundo ha cambiado. Hoy no tiene lo más importante pero, a la vez, siempre olvidado: la salud, algo que sólo recordamos al perderle.

Verle sobrecoge. Sin su fuerza, cualquiera se pierde. En la enfermedad, pensé ayer, todos nos volvemos menos. En ese momento, sin embargo, vi las fotos de la unidad de cuidados intensivos del hospital Darío Contreras.

Un señor en una raída camilla, atado de tobillos y muñecas para que no vaya a caer, duerme en un coma lejano que le mantiene ajeno al precario mundo que le rodea. Casi sin aparatos, vivo tal vez porque así lo quiere Dios, su imagen me obligó a reparar en que hay quienes ni siquiera llegan a la categoría de menos. Los tratan, tristemente, como si fueran nada.

Si ver mal a alguien que quieres es muy duro, lastima aún comprobar qué tan cruel es nuestro sistema de salud: la diferencia entre quienes pueden pagar y quienes están obligados a ir a los hospitales es abismal.

La dignidad, como si se tratara de un eufemismo, se desvanece en esos espacios en lo que se está más muerto que vivo aunque se vaya en busca de la salud perdida. ¿Lo que da rabia? Mientras los pacientes están hacinados y los médicos luchan casi sin nada, hay dos emergencias de última generación que duermen el sueño eterno. Inauguradas con bombos por el ex presidente Leonel Fernández, no pueden ser usadas porque no se destinó dinero para ello.

El desatino, para variar, nos sacude.

No hay comentarios:

Publicar un comentario