miércoles, 21 de julio de 2010

La desesperación tras el cristal



No sé qué me ha sucedido. Juro que antes no era tan cobarde. Hoy, sin embargo, tengo que reconocer que la desesperación me ha jugado la peor de las pasadas: casi fui presa fácil de la histeria y, de no ser porque en el fondo soy una mujer fuerte, del desastre.

Pero todo pasó. Como siempre pasa. Tras los mil insultos que le proferí a Roberto Salcedo, nuestro gran síndico (alcalde, que es más chic), llegué a destino. Me tomó dos horas completas, eso sí, sorteando charcos y tapones.

Aunque no pude tomar esas fotos que me hubiera gustado -hay que cambiar el BlackBerry por uno con mejor cámara (ni loca intentaba sacar mi pequeña Nikon de la cartera en medio de esos charcos)- quiero compartir lo poco que pude hacer. A continuación, una descripción de cada una:


1) Lluvia pictórica. El agua baila sobre el cristal. Y la imagen parece diluirse. En su delirio, sólo me acuerda a Van Gogh. Eso fue justo antes de hacerme a la "mar".

2) El tapón de la Caonabo. No sé por dónde ir. He dado mil vueltas en círculos cerca de casa. Tomo la Caonabo a la altura de la Bolívar y el ta´pón me obliga a llegar hasta la Anacaona. El camino, sin fotos porque era peligroso, ríos de agua en todas las direcciones.



3) Dios, me ahogo. La foto es mala, sí, pero sólo quería que se viera que toda la acera estaba cubierta por el agua. Yo sentía las olas golpeando las puertas del carro. Confieso que lloré.

4) En la privada, dentro del agua. Desde el charco, dentro de él, no se nota lo mal que está todo. Pero si se fijan a los lados no hay aceras (están bajo el agua).

P.D. Al final sólo dejé las fotos 1 y 3; no me gustaba cómo se veían las 4.

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