Hace unos días vi la imagen que acompaña estas líneas. Confieso que me desconcertó. La frase fue compartida por la actriz Akari Endo en su cuenta de Instagram, comentando lo siguiente: "Esto me impactó tanto que lo anoté en mi cuaderno y ahora lo comparto con ustedes! Gracias @thejuanfernandez por darnos de tu energía y sabiduría!".
Al igual que Akari, la frase me impactó: "Cambien el sistema. Demuestren que son talentosas y no un objeto sexual. ¿Dónde están las guerreras?, se pregunta el también actor Juan Fernández.
Con la frase incial estoy de acuerdo. Hay que cambiar el sistema. Pero la transformación debe ser muy profunda, ya que estamos tan mal que debemos comenzar con la forma en la que vemos a las mujeres. Tanto ellos como nosotras, evidentemente, partimos de una premisa equivocada. De lo contrario, por ejemplo, Akari jamás habría estado de acuerdo con esa frase: sólo partiendo de una visión machista, que cosifica y reduce a la mujer, se puede entender que tenemos que demostrar que somos talentosas y no un objeto sexual.
Las mujeres llevamos siglos teniendo que demostrar que somos mucho más que un cuerpo. Nos ha tocado trabajar cien veces más duro que los hombres para que se nos tome en cuenta y logremos alcanzar algunos puestos. ¿Por qué rayos tenemos que seguir haciéndolo? ¿No ha sido suficiente ya? ¿Por qué carajos tengo que demostrar que mi cerebro pesa más que mi vagina?
Independientemente de lo que hagamos con nuestro cuerpo, que es otro tema que no viene a cuento, nadie tiene derecho a decirnos que somos objetos sexuales a menos que demostremos lo contrario. Nuestro talento no se mezcla con nuestra cama, ni se subyuga ni se antepone a ella: son dos universos paralelos que fluyen en dimensiones tan distintas que el uno no tiene nada que ver con el otro.
Es triste comprobar que son muchos los estereotipos que las mujeres debemos destruir todavía. Duele ver que el camino hacia la igualdad está muy lejos porque, simplemente, ni nosotras mismas hemos reparado en que la lucha que debemos librar está totalmente distorsionada: no se trata de demostrar lo que somos constantemente, sino de exigir los mismos derechos. ¿Por qué ellos no tienen que demostrar nada y nosotras sí? Partamos de esa premisa.
Juan se pregunta, finalmente, ¿dónde están las guerreras? ¿Será que no sabe ver? Yo las veo cada mañana cuando se levantan para luchar a destajo por ocupar uno de esos lugares que la sociedad le ha reservado tradicionalmente a los hombres. Son mujeres que tienen una hora para salir de su casa pero jamás para regresar. A pesar de ello, muchas vuelven a sus hogares para librar otra batalla que nadie reconoce: la de la maternidad y el matrimonio que, sin lugar a dudas, son un fardo bastante pesado.
Las guerreras están por todas partes: en los carros públicos, en sus vehículos, en el Metro, caminando por las calles, en el supermercado, en la farmacia, en los colegios, en el trabajo, en sus casas y a veces hasta en los bares porque también hay que disipar. Sólo basta mirar hacia cualquier lado para encontrar a una guerrera. Toda mujer lo es. Cada una, al fin y al cabo, libramos nuestra propia batalla y muchas veces, aunque reneguemos de ello, hasta nos toca demostrarlo.
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