Cuando decidí que debía mudarme fue triste. Tenía casi nueve años viviendo en el mismo lugar y, aunque sabía que debía irme, la nostalgia y los recuerdos se mezclaban a las comodidades de la zona y, por supuesto, la cercanía de ese parque Mirador del Sur que tanto he amado a través de los años. ¡Decirle adiós era tan difícil!
Tras unos meses de búsqueda y mil descartes a razón de precios y lugares, di con un pequeño apartamento en la zona universitaria. ¡Era todo lo que necesitaba y, por tanto, decidí que ahí quería vivir! ¿Lo mejor? El parque Iberoamérica estaba muy cerca, a razón de unos cinco minutos caminando, por lo que tenía garantizado disfrutar del aire libre y la paz que sólo los lugares abiertos pueden dar.
Cuando comencé a hacer todas las gestiones para mudarme comenzaba el año 2013. El parque había sido inaugurado en diciembre del año anterior y ofrecía un gimnasio municipal, dos fuentes, un iguanario y un parque infantil, que sería terminado después. Para la segunda etapa estaba anunciada la recuperación de la Cueva de Santa Ana (algo que no se ha hecho) y llegar a un acuerdo con el Ministerio de Cultura para organizar actividades junto a los estudiantes del Conservatorio Nacional, que funciona en ese parque.
En octubre del 2013 el Ayuntamiento del Distrito Nacional terminó la segunda etapa del parque, con lo que se agregaron zonas de picnic, jardinería y el área administrativa. Fue entonces que anunciaron, por primera vez, que se haría un gran parque de luces. La iniciativa, que bautizaron como Brillante Navidad, maravilló a todos... ¡salvo a quienes vivimos cerca de ese lugar!
Los constantes tapones, los carros mal parqueados, los conciertos, los parqueadores, el ruido a toda hora... nuestro mundo, tan tranquilo hasta ese momento, cambió abruptamente y sin que nadie haya tenido la delicadeza de informar a los vecinos de las áreas circundantes.
El que alteraran nuestra rutina era, a juicio de muchos, algo que debíamos aguantar ya que es una vez al año y toca sacrificarse en nombre de los pobres que no tienen dónde divertirse y encuentran en la Brillante Navidad su espacio de solaz. Bien, no hay problema: respiramos, aguantamos el chucho y volvimos a ser felices en enero, cuando todo terminó.
En el 2014 la Brillante Navidad regresó. Esta vez con algo adicional: un anfiteatro construido para acoger los espectáculos que la alcaldía quería presentar. ¡Qué bonito se veía todo pero qué difícil fue para nosotros volver a lidiar con lo que implica! Nueva vez, los amigos volvieron a decirnos: es sólo mes, aguanten.
El mes pasó y la tranquilidad volvió. La noche del viernes pasado, sin embargo, me acerqué al parque y vi que estaban probando luces y música en la fuente. Entonces supe que a partir de febrero todos los fines de semana harán un espectáculo en ese lugar. ¡Más entretenimiento para los munícipes!
Intentando no pensar mucho en ello, porque al final puede que el parque no se llene esos días, decidí esperar a que inauguren la fuente antes de quejarme. ¡No se puede ser tan agrio, caramba, me dije (al tiempo de reconocer que el espectáculo de las luces, el agua y la música está chulo -igual que el de la fuente aquella del Malecón que murió a golpe de descuido-)!
Esta mañana, sin embargo, mis temores regresaron. Y todo fue por un anuncio en la radio: ¡viene Pablo Alborán (qué me encanta)! ¿Dónde se presentará? En el nuevo anfiteatro municipal, que tiene el nombre de la siempre querida Nuryn Sanlley. Oh, oh, pensé... si Miosotis tenía toda la razón cuando me dijo que el anfiteatro será usado para diversos conciertos durante el año.
Al escuchar el anuncio, varias preguntas surgieron rápidamente. La primera: ¿qué será de los que vivimos cerca cuando ni siquiera se ha pensado en acondicionar un parqueo para la gente que acuda, regularmente, a ese lugar? ¿Tendremos que vivir un infierno cada vez que se alquile ese espacio? ¿El alcalde pretende seguir ignorándonos por más tiempo? Alguien, por favor, que le enseñe estas líneas: los vecinos del parque no merecemos vivir una eterna pesadilla.
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