Sobrecogedora. Hilarante. Intensa. Con palabras y sensaciones que vienen y van. Un mundo que cae, sube, emerge y se diluye. Emociones que se quedan cortas, truncas, cuando al final se apaga la luz. El telón es invisible, como los límites de la vida, y nos obliga a soñar, a cuestionarnos y a olvidar: ¡todo junto y sin avisar!
Así es la "La venus de las pieles", una obra de teatro que nos ofrece tanto que es difícil describir. Hay que verla, por fuerza, para entender hasta qué punto esta creación puede tocarnos. Y es que, inspirada en la novela que escribió Leopold Von Sacher-Masoch en 1870, tiene demasiado de mundana y terrenal: nos destruye evocando la parte oscura que todos tenemos o hemos vivido.
La obra, escrita por el dramaturgo norteamericano David Ives, se desarrolla en el plató de un teatro. La protagonista es una espontánea y resuelta chica que acude a una audición para elegir a la que será la protagonista de la adaptación de la obra "La venus de las pieles" y, aunque llega tarde, cautiva al que dramaturgo que hizo el guión.
Es así como los dos personajes se suceden entre la vida y la interpretación de los personajes que han de interpretar. La actriz, que en la obra aspira a ser actriz, da vida a una mujer llamada Vanda que, paradojas o no, se llama igual que la protagonista de la novela escrita por Sacher-Masch. Interpretada por Laura Lebrón, conquista desde el primer momento que entra a escena.
Vanda está acompañada por Thomas que, interpretado por Josué Guerrero, se debate entre la mujer que acaba de conocer y la que forma parte de su vida. Los escarceos entre ellos son lúdicos, especiales... sobre todo cuando Thomas deja de ser él para convertirse en Severin von Kusiemski, el protagonista de la novela que está obsesionado con Vanda (la de la novela, no la aspirante a actriz) y la convence de esclavizarlo, humillarlo y hacer de él lo que ella quiere. ¡Oh, cuánta intensidad se vive en esa relación de amor, desprecio, ironías y fetiches!
Dirigida por Mario Lebrón, la obra transcurre en dos planos que caminan a la par, sin estorbarse, y son el deleite del público. Es una relación de sumisión y poder, de entrega, celos y arrebatos; es un mundo cargado de erotismo pero matizado con un humor negro que obliga a reír en los momentos en los que menos uno lo espera. También que nos hace reparar en cuán humanos somos.
Vanda y Thomas; Vanda y Severin. Qué buen momento se pasa sumergiéndose en sus vidas durante las casi dos horas que transcurre la obra (sin intermedios y sin aburrir). La obra, de la no quiero decir más para que la vean, continúa en escena este fin de semana: hoy y mañana se presenta a las 8:30 de la noche y el domingo a las 6:30 de la tarde. ¿Dónde? En la sala Ravelo del Teatro Nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario