viernes, 16 de mayo de 2025

Los chismes se cortan... enfrentándolos

Nos han enseñado a callar. Desde siempre, nos dijeron que es mejor no responder porque "cuando bates la mierda, hiede", así que es preferible hacerse el pendejo que convertirse en el centro del escarnio.

Todos lo hemos hecho una y mil veces. Confieso que me he dejado joder inmensidad de veces con tal de que no se hable de mí y, por tanto, que mis yerros no salgan a la luz pública (si no se sabe, no pasó... ¿no es así que decían antes del "y si no me acuerdo, no pasó, eso no pasó"?).

Tras años de mucha cobardía y mantenerme alejada de las habladurías ignorándolas, hace unos días recibí una lección inestimable: mientras almorzábamos en el comedor una chica joven, Olga, nos contaba cómo ha lidiado con los comentarios que le hace la gente desde que decidió cortarse el pelo y dejarlo al natural.

Ella nos decía que en muchas ocasiones se ha dado cuenta de que la gente habla sobre ella y ha decidido preguntarle a quienes comentan, con soberana calma, si hay algo que quieren saber sobre ella. ¿Por qué lo hace? Para acallar la comidilla que, sabe con certeza, ha generado su decisión: hay quienes la cuestionan bajo el pretexto de que el pelo lacio le sienta mejor (lo que no es cierto, vean la foto).

Tras explicarle su decisión a quienes hablan de ella, que conlleva una serie de porqués que no vienen a cuento, ella suele preguntar si tienen alguna pregunta al respecto, habla sobre el tema y zasss... ¡su pelo jamás vuelve a ser tema de conversación porque ella, en lugar de replegarse o quillarse ante los comentarios ajenos, les da la cara y zanja el tema!

Saber lo que ella hace me obligó a pararme en el espejo y recordar todas las veces que he callado, incluso cuando he dejado pasar cosas graves con tal de no exponer mi vida privada. ¿Cómo ser protagonista de un escándalo, me he dicho en esos momentos, cuando vienes de una familia convencional, con reglas convencionales y moral a la vieja usanza, a lo que se suma que tienes un trabajo con un perfil un tanto público?, me preguntaba justo antes de invalidarme. 

Mis silencios me han convertido en aliada de quienes quisieron hacer de mí una víctima e, incluso, lo lograron por un tiempo. A estas alturas, quizás porque tengo 52, tal vez habría actuado de otra manera. Olga me enseñó que vale la pena: los chismes y las necedades se cortan, únicamente, enfrentándolos. 

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