Intenso, duro y siniestro, el miércoles 21 de octubre del 2020 será un día que mi familia nunca logrará olvidar porque vivimos dos de las experiencias más duras que hemos tenido que enfrentar: un incendio en la casa de mi hermana Pilar y el internamiento de papá, quien estaba aquejado de Covid-19 y estaba cursando una neumonía que había comprometido el 80% de sus pulmones.
Las horas de ese día fueron eternas, sobre todo para Pilar, quien se despertó pasada la una de la madrugada cuando le llegó el olor del humo a su habitación. Aunque confiesa que le dio pereza pensar en levantarse, al final lo hizo y entonces descubrió que se estaba quemando su apartamento.
En ese instante, por fortuna, lo primero que atinó a hacer fue abrir la puerta de la casa y después despertar y sacar a sus hijos de allí. Para ese momento ya no veían nada por lo denso del humo pero, a pesar de ello, salieron sin un solo rasguño (como ya la puerta estaba abierta pudieron salir de inmediato).
Yo me enteré un par de horas después que todo pasó (a las 4:30 am, cuando me levanté para hacer ejercicios). Mi hermana estaba en casa de una amiga/vecina que la acogió con todo el cariño del mundo y mis dos sobrinos en casa de su papá. El shock, al saber lo sucedido, fue enorme: ¡me llamaron 50 veces pero mi teléfono no tenía timbre! El sentimiento de culpa al saber que no había estado ahí fue tan indescriptible como la angustia que sentí al imaginar lo que habían vivido.
Escucharlo resultó muy doloroso. Imaginar lo que sucedió, sentir el miedo que enfrentaron, me pudo.Entonces, aunque debía ser fuerte, me derrumbé al hablar con ella. Finalmente, sin embargo, pesó más la razón: había que agradecer porque estaban bien. Lo demás, aunque era tremendo, pasaba a un segundo plano.
Unas par de horas después, cuando todavía no terminábamos de reponernos del susto, se armó el verdadero corredero: había que internar a papá y lograrlo, aunque suene absurdo, nos costó ocho horas de mucho ajetreo y todos los nervios del mundo. La historia, completa pero resumida, está aquí: https://hoy.com.do/el-viacrucis-de-un-medico-para-tratarse-de-covid/
¿Por qué nos costó tanto internar a papá? Fue llevado a la Clínica Abreu, donde no aceptaron su seguro, pidieron RD$500 mil de depósito y costó bastante que lo dejaran ir; y posteriormente fue otra odisea que ingresara a Cedimat porque, aunque no lo sabíamos para entonces, como papá es médico jubilado tiene un plan básico subsidiado.
Aún no sé si es un error de Senasa, donde papá está asegurado, o el problema es que sea jubilado del Colegio Médico Dominicano (CMD). Lo duro es que ni él sabía que tenía ese seguro y que, de no haber sido porque tiene una excelente condición física, pudo haberse fastidiado: ese seguro lo convierte en un ciudadano de tercera categoría, al que maltratan en las clínicas a pesar de que se ha pasado la mayor parte de su vida curando.
Ayer, tres días después del miércoles fatídico, pudimos ver a papá por unos minutos en su casa y luego supo lo que había pasado en casa de Pilar. Fue entonces que conté lo sucedido y decidí dejarlo por escrito como un mero y necesario desahogo para dejarlo todo atrás.
Aunque quería dejar constancia de las moralejas aprendidas, la crónica ha resultado demasiado larga, así que solo les diré lo esencial: cuando las circunstancias te ponen entre la espada y la pared eres capaz de lo que sea para conservar lo más importante: la vida. Al principio -nunca al final- lo único que importa es vivir. Bien lo dice el cliché que se convierte en una verdad de Perogullo: la vida es lo más valioso que tenemos. Jamás entenderemos qué tanto es cierto hasta que no hayamos estado a punto de perderla o de perder alguien a quien amamos.
P.D. La foto que acompaña estas líneas muestra cómo quedó el apartamento de Pilar, después que sacaron los escombros en un camión, que es el que puede verse en la imagen a continuación...
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