jueves, 10 de enero de 2019

Lloras, ¿y qué?

Con la computadora en blanco, con un texto por escribir, las palabras se atoraban en el alma. El día no ha sido radiante como otros tantos. Solo tengo deseos de llorar. Sé que mis lágrimas son presurosas y absurdas pero también son inevitables. Me contengo. Mi urna es de cristal. ¿Qué pensarán ellos, los que están cerca, si me ven llorar?

Mi oficina, para que se hagan una idea, es la delicia para cualquier fisgón. Nada que haga pasa desapercibido. De ahí mi control, mi buen estar y di afán de disimularlo todo. ¿Por qué nos cuesta tanto dejarnos ser? ¿Será que nos educaron para controlar las emociones? Me temo que sí.

Hasta hoy no había reparado en ello. Sin embargo, hablando con un par de amigas, les decía que no me atrevía a escribir lo que sentía este diez de enero porque sabía que, al hacerlo, iba a llorar. Ellas me decían que llorara, recordándome que las mejores cosas se escriben en medio de lágrimas pero, más importante aún, nada es capaz de liberar ni limpiar mejor el alma que el llanto.

-La vaina es que mi oficina es de cristal, respondí cuando me dijeron que llorara.
-¿Y qué? Igual te ven cuando ríes?, me contestó una de ellas.
-Yo no le doy mucha mente a llorar... vivo con una lágrima siempre afuera. Eso es algo natural y libera. Y así se lo he enseñado a mis hijos, agregó posteriormente
.
La segunda, más escueta, fue más imperativa:
-Lloras, ¿y qué? Dale y escribe.

La conversación fue rápida, sí. Todas nos despedimos para hacer lo que corresponde en un jueves de inicios de enero. Yo me senté a escribir, tengo que hacerlo, pero solo he puesto dos palabras. Frente a ellas, unas lágrimas que salen descontroladas, como si tuvieran prisa por morir. Mientras salen, escribo estas líneas porque, ¿cuántos de nosotros no nos atrevemos a dejar salir las emociones? Hoy se trata del llanto pero mañana puede ser cualquier otra emoción. ¡Tenemos -o tengo, mejor dicho- que aprender a solar todas las cadenas que lastran lo que sentimos!

Mis amigas, en un instante, me recordaron que debo dejar mi eterna manía de controlar todo lo que siento. ¡Cuánto me cuesta fluir!, como dice otra de ellas. Hoy el día está pago. La verdad es que, aunque no sé si logre escribir, la jornada valió la pena porque logré llorar y dejar que todo se fuera junto al llanto. ¡Qué bien se siente! ¡Nunca olvidemos darle rienda suelta a los sentimientos, merece la pena!

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