viernes, 1 de enero de 2016

El 2015: un año de lecciones

Nada fue planificado. Todo fue sucediendo, casi como si fuera fortuito, creando una serie de circunstancias que al final se resumieron en el cierre -casi escalonado- de ciclos que estaban abiertos desde hace ya mucho tiempo. ¿Lo mejor? Algunos de esos ciclos habían sido dados por cerrado hace años pero, tal como pude comprobar en el 2015, nunca había sido así.

Los cierres comenzaron a darse con el inicio del 2015. Los desencuentros me hicieron revelaciones de cosas que, aunque estaban ahí desde hacía bastante, yo nunca quise ver. ¡Qué ciego se puede ser cuando uno no quiere asumir lo que está sucediendo! ¡Qué difícil es entender que la razón debe ponerse por encima del corazón cuando tu vida está en juego!

El 2015 fue complicado. Pasé de la rutina al absurdo con una velocidad brutal para al final descubrir lo más simple: no importa lo que hagas, lo que pase fuera o la gente que tengas cerca: si por dentro estás mal, desequilibrado, nada estará en su lugar. Y cuando eso sucede, lamentablemente, no hay forma de encajar.

Pero el 2015 también fue el año del color. Acostumbrada a vivir del negro al gris, por aquello de que los periodistas convivimos con la tragedia y tenemos el vicio de ver el lado oscuro de todo, nunca me había detenido a pensar que mi vida siempre se centraba en lo que estaba mal. Por ello, hacía del desahogo un estilo de vida y jamás me detenía a pensar en el lado lindo de la vida.

Eso cambió, de repente, por mera "casualidad". Fue a través de alguien que, aunque fugaz, me dejó lecciones invaluables. Una de ellas fue recordar que todo tiene dos caras y que, cuando nos detenemos a ver sólo la parte dura, nos vamos marchitando poco a poco.

Entender que la vida es mucho más agradable cuando ves su lado amable fue, aunque suene a tonto cliché, una revelación: me sentía tan cómoda como pitufo gruñón que ni siquiera había notado que había otras posibilidades. Ser realistas, la verdad, no implica ser negativos. Para mí ambas cosas eran paralelas.

Otra cosa importante del 2015 fue aprender a poner las cosas en su lugar. Nada de dimensiones exageradas, de dramas absurdos ni de conspiraciones inventadas: dije adiós a todos los fantasmas y me liberé. ¡No se imaginan el peso que me quité de encima!

El año pasado fue, además, el de las lecciones. El de reconocer lo que estaba mal y dejarme llevar de ese ímpetu que te obliga a olvidar aquello que te hace mal. Fue un gran año. A pesar de las pérdidas, que dolieron, no me puedo quejar. Y no lo haré. ¡Feliz 2016!

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