Recuerdo aquellos días en los que les veía de lejos y sonreía. Yo comenzaba mi carrera, en el año 1994, cubriendo las actividades sociales que posteriormente se publicaban en la revista En Sociedad.
Ellos eran una de las parejas de moda por aquellos días. Ella, una rubia estadounidense preciosa, destacaba por su amabilidad, su sonrisa, su saber estar, la elegancia... en fin, esas cosas que resaltan en una mujer de élite. El era el caballero ideal: simpático, agradable, acaudalado y muy educado. Juntos eran el prototipo de matrimonio que cualquiera quisiera protagonizar.
La complicidad, el amor, la compenetración... parecían adivinarse con tan sólo ver cómo se miraban. Eran esa pareja con la que todas (asumo que nosotras lo queremos más que ellos, aunque puedo equivocarme) las mujeres soñamos tener cuando fuimos adolescentes.
Hoy aquella estampa ya no existe. La imagen de aquel dúo perfecto de Frank Jorge Elías y Sandy Kurdas de Jorge se desintegró de la forma más dura y cruda: con una denuncia de violencia de género.
De repente la Sandy de mis recuerdos se transformó en Sandra Kurdas, quien denunciaba en Twitter que su marido, ese caballero que parecía inmaculado, la había agredido. Como prueba, difícilmente irrefutable, las fotos de ella con el ojo izquierdo amoratado.
"@YeniBerenice yo soy #victima de #violencia #domestica de mi #esposo #Frank #Jorge #Elias @IngFrankJorge @FrankaJorge", decía Sandra en su cuenta mostrando su foto.
Poco después que el escándalo estuviera servido, las cuentas de él desaparecieron de Twitter. Ella guardó silencio durante el resto de la tarde pero a las diez de la noche reaparecía agradeciendo a la fiscal Yenni Berenice Reynoso y afirmando que cree en la justicia.
Esta mañana Sandra decía que no es un hacker y, poniendo su cédula como prueba de que es ella, reiteraba que es una víctima de violencia doméstica y que sólo pide justicia y que se cumplan las leyes que protegen a la mujer. Para ello su abogado se reunirá esta tarde con la fiscal.
Leer los tuits de Sandra, quien a lo lejos siempre me pareció una muñequita (en buen todo, que conste) con vida de princesa, ha sido una verdadera sorpresa. Para comenzar me llamó la atención que su flamante marido pudiera ser capaz de tanto cuando su prestigio habla de un hombre completamente diferente. Las marcas en el rostro de su mujer, sin embargo, son una evidencia difícil de rebatir.
Más que descubrir en él a un patán, sin embargo, ha sido muy triste y duro pensar todo lo que ella ha de haber vivido antes de atreverse a subir sus fotos en la red. ¿Cuántas horas de miedo, cuánto dolor, cuánta angustia, cuánta desesperación ha debido sentir, sabe Dios durante cuántos años, antes de decidirse a hacer pública esta situación? Las marcas en su alma, sin lugar a dudas, deben ser más profundas que las de su piel. Y es que, al calor de su desgracia, seguía jugando a ese matrimonio perfecto que todos veíamos y admirábamos.
Muy desesperada tiene que estar para haber tomado este paso porque, al hacerlo, sabe que remueve los cimientos de la "perfecta" alta sociedad de nuestro país. Muchos podrán, incluso, darle la espalda o mirar a un lado a partir de hoy. Esos son temas prohibidos, que no se tocan porque no conviene, cuando se trata de cuidar las muy bien ganadas (o pagadas) reputaciones.
Todavía falta que se formalice la denuncia contra el exministro de Turismo, un hombre de mucho dinero y poder que, está claro, no se quedará tranquilo. La lucha que Sandra ha decidido librar no será fácil. Seguro que ella lo sabe. Por eso es más admirable que lo haga. Su lucha será un espejo para muchas otras mujeres que, como ella, deben vivir un infierno detrás de esos matrimonios de revista que todos "envidiamos". Ojalá todas sean tan valientes como Sandra. Estaremos con ustedes.