jueves, 28 de enero de 2016

Si un hombre te molesta: ¡díselo de una vez!

Cada mañana desde hace un tiempo (obviando Navidad, claro) me levanto tempranito y me voy al Parque Iberoamérica para hacer ejercicios y, a la par de un control alimenticio que no siempre se da, ver si puedo devolver las libras que me "regalé" el año pasado cual presente envenenado.

Cada jornada, normalmente, es de mucha paz. Escuchar a los pájaros cantar, ver la luna resplandecer y descubrir los primeros rayos del sol es relajante y motivador. ¡Nada mejor, quién me lo iba a decir, que levantarse bien temprano e ir despertando junto al nuevo día! ¡Las pilas parecen recargarse solas!

Hoy la jornada no fue tan hermosa como de costumbre. Me levanté bien temprano y me puse en marcha como siempre; llegué al parque, bien oscuro aún, y di mi primera vuelta sin contratiempos. Al inicio de la segunda, como de la nada, apareció Claudio (el nombre lo sabría después, por supuesto), quien me regaló unos buenos días llenos de emoción. Le respondí, como hacemos todos en el parque cada día, con educación y simpatía. Poco después, aunque él corre y yo no, comenzó a caminar conmigo...

Tras destacar que camino muy rápido, cosa que a mí no me lo parece porque hay otros mucho más veloces que yo, comenzó a decirme que nunca deje de ir al parque porque a la pista le hacen falta mis pasos, que ella se siente lastimada y llora con mi ausencia... y a él, por otro lado, le hace falta mi sonrisa (como si yo anduviera de risitas por la vida). Aunque me sorprendió el comentario porque lo había visto correr hacía un rato y no lo recordaba para nada, le di las gracias y comencé a caminar más rápido de lo normal. Pensé que se iría... pero no.

El seguía hablando. Dijo que mi sonrisa era tan brillante como los diamantes que habitan en el fondo del mar. En ese momento tuve un shock ténico y comencé a inquietarme: ¡qué momento para que alguien quiera venir a "cortejarme" sin que yo le hubiera dado pie para ello! A esas alturas, aunque sin comprender aún que la situación podría complicarse, le dije que le bajara algo y que no era para tanto. ¡Oh, pobre de mí: el tipo, en lugar de entender que le estaba sacando los pies (lo que demostraban mis pasos cada vez más raudos), creyó que estaba hablando con una mujer de baja autoestima que no acepta un cumplido!

De repente él tiene un cortocircuito aún mayor y decide pedirme el número de teléfono. Le digo que no tengo teléfono, que se me acababa de dañar. Mi tono es el típico que usamos cuando quieres decir no me jodas pero él no entiende. ¿Cómo es posible que una mujer como tú, blanca, que se ve solvente, no tenga teléfono? No, no tengo, le digo cortantemente para ver si desiste y agrego: aunque tuviera no te lo daría. Simpático, sin reconocer mi quille, decide darme el suyo, me dice dónde trabaja y repite el número para que me lo aprenda.

El seguía ahí. Y comenzó a decir unas tantas cosas, comparó mi sonrisa con la de la Gioconda y yo me comencé a desesperar y a desperar y a caminar cada vez más rápido... hasta que dijo la frase más desesperante: ¡cualquier hombre que te tenga tendría el universo en las manos, yo daría lo que sea por tenerte al menos como amiga!

Después de encender el interruptor del pánico pero intentando guardar las formas para no estallar, decido usar la técnica más vieja para sacarle los pies a un hombre: decirle que es imposible porque estoy comprometida, por lo que no tenía nada qué buscar conmigo y que debía seguir su camino. Ahí pensé que quedaría todo. No fue así. Comenzó a decir que los compromisos pueden romperse, que la vida da muchas vueltas, que le encantan los retos, que bla, bla, bla... ya esas alturas ni lo oía, me ahogaban el ruido de mi respiración y dolor de las pantorrillas con el ritmo tan intenso, hasta que de repente me pregunta su número de teléfono: no te voy a llamar, le digo, ya te dije que estoy comprometida y que no me interesa. Vuelve a preguntar y yo, cual volcán, le grité si es que no entendía que quería que me dejara tranquila, que yo quería escuchar los pájaros cantar, que no me interesaba que nadie caminara conmigo, que se fuera y me dejara en paz: ¡la educación, la decencia, la paciencia... todo se fue al carajo!

A pesar de mis gritos él pide perdón por lastimarme y va a comenzar con otra perorata cuando le digo que no me lastima, que me molesta que me acose, que se largue. Por fin entiende. Dice que a partir de hoy sólo me dará los buenos días. Gracias, le digo, y tomo otro camino para que no joda más. Ya no me sigue. Me deja ir. Entonces me pregunto: ¿por qué los hombres hacen eso? ¿Es que no se dan cuenta cuando a una mujer no le corresponde el cortejo? El tono de voz, la forma en que uno pone distancia, el no mantener contacto visual, el dar respuestas cortantes... ¿no les dice nada? ¿Por qué insisten si uno se niega a dar el número de teléfono? ¿No queda claro que es una forma de decir: ¡hey, no quiero nada contigo!?

Independientemente de las respuestas, y después de haber pasado por una "crisis existencial" gratuita ya que terminé cuestionándome demasiadas cosas, hoy aprendí algo nuevo: si un hombre te molesta, tienes que decírselo de una vez. No se puede aguantar tanto, ni ser tan educada que termines pasando un mal rato sin ninguna necesidad: da igual lo que él piense de ti, ¿qué te importa si al final es un desconocido que te está acosando? ¿Qué clase de hombre puede ser ese?

No sé si es que muchos se han quedado con la idea de que las mujeres cederán a base de presión o de mucho insistir. Si usted es de los que piensa en eso le tengo una mala noticia: una mujer, sobre todo si pasa de los cuarenta, más fácil le coge manía antes de ceder ante el acoso. Por tanto, si una mujer no le corresponde su cheverismo, déjela en paz.

PD Esta foto es de una protesta contra el acoso callejero realizada en Perú.

Esas lecciones que nos dejó el Licey/Escogido

Aún con el dolor a cuestas después de tener más de cuarenta y ocho horas cargando el pesado fardo de la desilusión, he decidido escribir un poco acerca de todas las lecciones aprendidas en esta extenuante temporada de pelota "invernal" de la República Dominicana. Para comenzar, por supuesto, he tenido que reconocer que... ¡el Licey también pierde, jajajajaja!

Humildades aparte porque no existen, y ya hablando en serio, también hay que reconocer -algo muy difícil en un liceísta- que es muy duro perder. Después de una temporada genial, en la que vivimos embriagados de tanta victoria, ¡qué doloroso es caer y morir de forma tan indigna (por Dios, qué fue 8 por 4 en una serie 5-1)! Pero esa es, precisamente, la gran súper lección de la temporada 2015-2016: nadie puede declararse ganador antes de tiempo, por mejor que sea la racha, ni dejar de luchar en nombre de un blindaje técnico que, al final, no es sinónimo de éxito: el Licey era un equipo muy superior pero, ¿de qué le sirve eso si perdió la corona?

El Escogido fue el gran maestro. Nos ha dado una lección de vida que necesitábamos en realidad: nosotros, tan acostumbrados a ganar y a que las cosas nos salgan bien poniéndole ganas al final, perdimos de vista algo fundamental: no hay enemigo pequeño ni débil porque el éxito, al fin y al cabo, es de quien persiste y nunca abandona la lucha. El Escogido, viniendo de muy atrás, nunca se dejó caer y luchó y luchó hasta que cogió confianza y nos arrolló.

A tal punto llegó el arrolle que, inexplicablemente, los peloteros del Licey que tanto habían brillado comenzaron a cometer errores de ligas menores. ¿Se presionaron más de la cuenta? ¿Se les fue de la mano el campeonato? Es muy difícil de entender después de haber tenido una racha de doce al hilo: ¿por qué los reflejos de esa racha no llegaron a la final? Manda coj... sí, eso mismo.

Nuestra caída también nos ha obligado a recordar que estamos completamente solos en la liga: todo un frente (bautizado como patriótico) estaba en nuestra contra. Nosotros, acostumbrados al odio que generamos, no nos inmutamos. Sin embargo, trasladando eso a la vida real, también es una lección: quien brilla demasiado y hace galas de su superioridad, aunque sea bueno, será detestado. La humildad es buen, definitivamente, aunque muchas veces lo olvidamos.

Pero volvamos con las lecciones del Escogido, un equipo del que hay mucho que aprender porque jamás pierde la paciencia y, aunque puede ser pesimista en demasiadas ocasiones, sigue dándole pa' allá y nunca abandona. Es tal su actitud que ni siquiera se incomoda cuando no alcanza el objetivo: han aprendido, como me dijo antes de ayer a un amigo, a perder. Eso les da un plus: suelen tener, cuando no les da por ponerse a dar cuerda, mucha mejor actitud.

Nosotros somos todo lo contrario. Vivimos embebidos de optimismo, damos por sentado que vamos a ganar porque estamos acostumbrados a hacerlo y, cuando perdemos, se nos va todo: la paciencia, el sentido el humor, el ánimo y la alegría. El lugar de nuestras almas, en esos instantes, lo ocupa el monstruo de la arrogancia y la irracionalidad; nos ponemos a joder, como niños pequeños, y hacemos cualquier cosa para disipar. A veces, incluso, nos pasamos.

Así las cosas hay que decirlo claro: tenemos que aprender a perder. Por fortuna el Escogido, que sazona tan poco sus triunfos, nos soltó muy pronto: ayer ni hablaban de eso. ¡Cuando el Licey gana la ciudad entera colapsa esa noche, lo que no sucedió el martes, y nos gozamos ese triunfo durante días! ¡Qué difícil es callarnos! ¿Será que los escogidistas están tan poco acostumbrados a ganar o que su número de fanáticos es tan reducido que por eso no se sienten? No sé pero, definitivamente, lo he agradecido.

martes, 26 de enero de 2016

Las niñas tienen que volver a serlo

La mañana estaba tranquila. Demasiado, quizás, porque era un lunes de fiesta que llegaba después de un fin de semana de por sí largo y aletargado porque muchísima gente se voló el viernes y estaba ya sin trabajar desde el jueves. Así, despreocupada y quitada de bulla, estaba ella a las ocho y algo de la mañana.

Su cuerpo era menudo. No tenía demasiadas curvas pero eso no le importaba. Estaba fuera de un colmado, con la mano derecha apoyada en la viga del umbral del colmado y la otra en la cintura. Vestía unos pantaloncitos cortos -tan cortos que no dejaban nada a la imaginación- de color azul y una blusa roja muy coqueta, de esas anudadas que dejan el ombligo al aire. Por calzado unas sandalias doradas, al ras del suelo como dicta la moda.

Verla vestida así, hablando con un chico, me llamó la atención. Más aún su actitud, sus ademanes de mujer mayor y la forma en que ladeaba la cabeza para dejar caer su larga melena. Coqueteaba, sin ningún reparo, a pesar de sus escasos años: no pasaba, para mi sorpresa, de los diez u once (tal vez, como demasiado, podría llegar a doce ya que ni siquiera tenía pechos).

Cuando uno ve esas cosas, que son ya estampas normales en nuestros barrios, comprende por qué hay tantas niñas embarazadas en la República Dominicana: si permitimos que se sexualicen desde que son muy pequeñitas, ¿cómo pretender que no tengan relaciones sexuales a destiempo?

Da pena ver tantas niñas convertidas en mujeres en miniatura, con escarceos incluidos, viviendo algo que ni siquiera deberían imaginar. ¿Cuándo les robamos la infancia? ¿Por qué permitir que se salten todas las etapas que deben vivir antes de comenzar a pensar en los chicos?

Tenemos que volver atrás. Debemos recuperar aquellos tiempos en los que las niñas eran inocentes, pensaban como niñas y se veían como niñas. También tenemos que estar pendientes de lo que ellas hacen porque, ¿cómo es posible que una niña esté, vestida como toda una mujer y expuesta a cualquier cosa, en un colmado a las ocho de la mañana? Así no hay un país que avance.

lunes, 25 de enero de 2016

Con tanto cambio hasta Duarte se olvidará

Hoy, para los dominicanos, no es un día cualquiera de la última semana de enero. A pesar de que es lunes 25, una jornada insignificante a menos que conozcas a alguien que esté celebrando su natalicio, es feriado y la gente, loca de contenta, anda por los campos y playas del país celebrando la vida en honor a Juan Pablo Duarte, quien nació un 26 de enero pero hay quienes aún no terminan de entender que lo que se mueve es el día feriado y no el día que nació el patricio: usted nació cuando nació, sin importar cuándo le hagan la "fiesta de cumpleaños" (a eso equivale el feriado, ¿o no?).

La prueba más contundente de lo que provoca el cambio del feriado la vimos esta mañana en la página de Facebook de la embajada de los Estados Unidos, que publicó una foto de Duarte con el siguiente mensaje: "Hoy República Dominicana conmemora la vida y grandes logros de este hombre que hizo historia, Juan Pablo Duarte. ¡Felicidades dominicanos! — with Tania Martines, Ana Rodriguez Bello, Anthony Rodríguez, Eli Reyes and Lenny Sanchez".

Al verla, se me ocurrió que es el momento de insistir en lo que implica el cambio del feriado: mucha gente, desconocedora hasta nuestra historia, se confunde y entiende que el día de fiesta es el día de Duarte. La prueba está ahí, a la vista, acompañando estas líneas. Sí, sí, la "foto" que publico es la captura de pantalla del lamentable mensaje de la embajada.

Pero Duarte, sin embargo, no es el único afectado con la ley que cambia los días de fiesta para el lunes anterior o posterior. Ahí está el Día de Reyes, cuya celebración ha terminado siendo un día móvil: este año los padres, como el seis de enero era miércoles y se trabajaba, dejaron los Reyes el lunes 4: ¡vaya confusión tenían los niños, que el verdadero Día de Reyes no recibieron nada! Al final, con el paso del tiempo, la gente terminará dejando el Día de Santa Claus y se olvidará de los Reyes para evitarse tanto jaleo.

Sé que la idea de mover los días de fiesta es no "afectar" al aparato productivo pero al final, ¿realmente es así? Veamos este último fin de semana: como el jueves fue el Día de la Altagracia, muchos hicieron puente el viernes y regresarán a trabajar el martes 26: ¡tuvieron un "fin de semana" de cinco días, es decir, de una semana laboral!

La verdad es que no entiendo bien cómo un país puede funcionar con cinco días de paralización laboral. Tampoco me entra en la cabeza cómo aspiran a que tengamos generaciones con valores patrióticos cuando ni siquiera se respeta la conmemoración de Juan Pablo Duarte (los actos se hacen cualquier día, depende del feriado, porque lo que importa es descansar el día de fiesta).

Así, a golpe de tanto cambio, al final lo que lograremos es que a la gente las fechas le den lo mismo. Total, si de lo que se trata es de irse de fin de semana largo y no de conmemorar nada. ¡Qué pena me da lo que nos estamos haciendo!

jueves, 21 de enero de 2016

Hamlet Hermann, un funeral que no se cubrió

Cuando empecé a leer los comentarios acabando con la prensa, lo confieso, me incomodé. Y lo hice a pesar de que dije que no lo haría porque desde ayer sabía que vendrían. ¿Cómo, quien no supiera lo que había detrás, podría entender que el funeral de Hamlet Hermann "no se cubrió"?

Ver que la mayoría de los medios sólo publica las condolencias del presidente Danilo Medina, quien decretó un día de duelo nacional, dejó a muchos aturdidos y haciéndose preguntas. Algunos dijeron, incluso, que en esta sociedad los valores están tan invertidos que no le hicimos caso al funeral de uno de nuestros más grandes hombres. Todos los que hablaron desconocían, por supuesto, que los reporteros fueron a la funeraria Blandino y que, una vez allí, fueron echados de una forma bastante agria.

Acusando a los periodistas de imprudentes y de no respetar el dolor ajeno, algo que debería discutirse porque no es cierto que todos pequemos de irrespetar a los deudos cuando nos toca la triste tarea de cubrir un funeral, uno de los hijos de Hamlet dijo que no querían periodistas en el lugar. Por ello, como la familia tiene todo el derecho del mundo a pedir que no se cubriera el responso, los reporteros se marcharon de la funeraria: nadie permanece donde no le quieren (a pesar de que la persona a la que le tocó aguantarse el boche le tenía cariño a Hamlet, un hombre que siempre estuvo muy cerca de la prensa).

Hoy cuando revisé los periódicos vi que sólo El Caribe publicó una crónica de la funeraria. Tal vez fue antes de que tomaran la decisión de no permitir que la prensa estuviera allí o quizás a ellos sí les permitieron hacer su trabajo. De cualquier manera, da igual: ver la foto que acompaña a esa historia me dolió mucho más que no haber cubierto/publicado la noticia: parecía todo menos el funeral de alguien como Hamlet. ¿Cómo si usted va a despedir a una persona como él puede estar sonriendo en el vestíbulo de la capilla?

La foto, que acompaña estas líneas, nos obliga a insistir en el triste espectáculo que se vive en las funerarias de República Dominicana: la gente va a usarla de pasarela, a dejarse ver porque hay que estar ahí y las normas mandar abrazar a los deudos y mostrar un dolor que, en la mayoría de las ocasiones, se olvida en cuando cruzan el umbral de la capilla. ¿Acaso olvidan que el ruido de las tertulias del vestíbulo se escucha dentro y es muy desagradable escucharlo?

Al final, como sucede en ocasiones, quienes irrespetaron a Hamlet no fueron los periodistas, sino sus conocidos. Esos que, como hace ahora casi todo el mundo, convierten la muerte en una fiesta y olvidan que la funeraria es un lugar para recogerse y estar tranquilos.

miércoles, 6 de enero de 2016

Porque la vida puede ser muy breve

Porque la vida puede ser muy breve aprendamos a reír sin razón y hacer que esa risa sea la protagonista de nuestras vidas.

Porque la vida puede ser muy breve amemos con locura sin importar si ese amor puede llegar a su final.

Porque la vida puede ser muy breve recordemos decir te quiero.

Porque la vida puede ser muy breve elijamos siempre el lado más amable de las cosas.

Porque la vida puede ser muy breve huyamos de la rutina y hagamos de la vida un baile.

Porque la vida puede ser muy breve viajemos cada vez que podamos.

Porque la vida puede ser muy breve aprendamos de cada error, sobre todo de los que cometen los demás.

Porque la vida puede ser muy breve nunca nos dejemos llevar por el orgullo ni la vanidad.

Porque la vida puede ser muy breve dejemos de amargarnos por tonterías.

Porque la vida puede ser muy breve jamás lastimemos a nadie.

Porque la vida puede ser muy breve recordemos pedir perdón cuando nos equivoquemos.

Porque la vida puede ser muy breve perdonemos las afrentas como si jamás existieran.

Porque la vida puede ser muy breve olvidemos todo lo que nos hiere.

Porque la vida puede ser muy breve dejemos de tener miedo y saltemos al vacío.

Porque la vida puede ser muy breve luchemos sin cansarnos y jamás nos demos por vencidos.

Porque la vida puede ser muy breve nunca olvidemos soñar despiertos y ponerle color a los sueños.

Porque la vida puede ser muy breve no dejemos que nadie nos robe los sueños.

Porque la vida puede ser muy breve, y este puede ser nuestro último día, seamos felices.


PD. La imagen que acompaña estas líneas es un cuadro de la artista californiana Karen Tarleton.

viernes, 1 de enero de 2016

El 2015: un año de lecciones

Nada fue planificado. Todo fue sucediendo, casi como si fuera fortuito, creando una serie de circunstancias que al final se resumieron en el cierre -casi escalonado- de ciclos que estaban abiertos desde hace ya mucho tiempo. ¿Lo mejor? Algunos de esos ciclos habían sido dados por cerrado hace años pero, tal como pude comprobar en el 2015, nunca había sido así.

Los cierres comenzaron a darse con el inicio del 2015. Los desencuentros me hicieron revelaciones de cosas que, aunque estaban ahí desde hacía bastante, yo nunca quise ver. ¡Qué ciego se puede ser cuando uno no quiere asumir lo que está sucediendo! ¡Qué difícil es entender que la razón debe ponerse por encima del corazón cuando tu vida está en juego!

El 2015 fue complicado. Pasé de la rutina al absurdo con una velocidad brutal para al final descubrir lo más simple: no importa lo que hagas, lo que pase fuera o la gente que tengas cerca: si por dentro estás mal, desequilibrado, nada estará en su lugar. Y cuando eso sucede, lamentablemente, no hay forma de encajar.

Pero el 2015 también fue el año del color. Acostumbrada a vivir del negro al gris, por aquello de que los periodistas convivimos con la tragedia y tenemos el vicio de ver el lado oscuro de todo, nunca me había detenido a pensar que mi vida siempre se centraba en lo que estaba mal. Por ello, hacía del desahogo un estilo de vida y jamás me detenía a pensar en el lado lindo de la vida.

Eso cambió, de repente, por mera "casualidad". Fue a través de alguien que, aunque fugaz, me dejó lecciones invaluables. Una de ellas fue recordar que todo tiene dos caras y que, cuando nos detenemos a ver sólo la parte dura, nos vamos marchitando poco a poco.

Entender que la vida es mucho más agradable cuando ves su lado amable fue, aunque suene a tonto cliché, una revelación: me sentía tan cómoda como pitufo gruñón que ni siquiera había notado que había otras posibilidades. Ser realistas, la verdad, no implica ser negativos. Para mí ambas cosas eran paralelas.

Otra cosa importante del 2015 fue aprender a poner las cosas en su lugar. Nada de dimensiones exageradas, de dramas absurdos ni de conspiraciones inventadas: dije adiós a todos los fantasmas y me liberé. ¡No se imaginan el peso que me quité de encima!

El año pasado fue, además, el de las lecciones. El de reconocer lo que estaba mal y dejarme llevar de ese ímpetu que te obliga a olvidar aquello que te hace mal. Fue un gran año. A pesar de las pérdidas, que dolieron, no me puedo quejar. Y no lo haré. ¡Feliz 2016!