jueves, 4 de diciembre de 2014

Porque la Constitución protege mi vida pero también mi derecho a decidir

"Derecho a la vida. El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse ni aplicarse, en ningún caso, la pena de muerte", establece el artículo 37 de la Constitución de la República Dominicana.

Hoy quiero hablar de ese artículo. Pero no desde la óptica en la que lo hacen los representantes de las iglesias Católica y Evangélica, además de algunos legisladores, quienes se centran en el derecho a la vida que tiene el embrión olvidándose que ese mismo artículo aplica para mí: ¡yo tengo derecho a la vida y nadie la puede violar!

Como bien dice la Constitución, nadie puede aplicarme la pena de muerte. Por tanto, si mi vida está en riesgo, la obligación del Estado es defenderla a toda costa, sin importar qué haya que hacer para ello. Es por ese motivo, precisamente, que los legisladores deben acoger las observaciones que hizo el presidente Danilo Medina al Código Penal: al hacerlo, estarán protegiendo la vida de las mujeres que puedan correr el riesgo de morir a causa de un embarazo de alto riesgo.

En ningún lugar, a pesar de las interpretaciones que suelen hacer de este artículo, la Constitución dispone que la vida del embrión debe ponerse por encima de la de la madre. Interesada, esta visión no casi lo mismo que una sentencia de muerte y, por lo tanto, es totalmente inconstitucional.

Pero la vida va mucho más allá de respirar. Vivir es hacerlo con dignidad. No en balde la Constitución establece también lo siguiente: "La dignidad del ser humano es sagrada, innata e inviolable; su respeto y protección constituyen una responsabilidad esencial de los poderes públicos". Este último artículo es el 38 y llama a todos los poderes públicos, entre los que está el Legislativo, a respetar y proteger nuestra dignidad.

Ahora bien, ¿cuándo se viola la dignidad? Hay muchas formas. Entre ellas, cuando el individuo es tratado con crueldad. ¿Alguien quiere una crueldad mayor que obligarte a parir el producto de una violación? Hacerlo es tratar a la mujer como si fuese un objeto, el reservorio de un bebé, en lugar de una persona que siente y sufre. Es, sin lugar a dudas, degradarla como mujer. Y bien lo dice la Carta Magna en otro artículo: "Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o procedimientos vejatorios que impliquen la pérdida o disminución de su salud, o de su integridad física o psíquica".

Al pensar en el integridad psíquica, me pregunto por qué nadie la menciona. ¿Es que acaso no es uno de mis derechos fundamentales? ¿Puede el Estado quebrarlo en honor del producto de un acto tan vejatorio como una violación? No creo, la verdad.

Finalmente, la Constitución señala que "A nadie se le puede obligar a hacer lo que la ley no manda ni impedírsele lo que la ley no prohíbe. La ley es igual para todos: sólo puede ordenar lo que es justo y útil para la comunidad y no puede prohibir más que lo que le perjudica". Este otro artículo dice claramente que no se me puede ordenar más que lo justo. Por tanto, porque no es justo que se me obligue a morir ni a sufrir emocionalmente, es evidente que la Constitución protege mi derecho a decidir.

martes, 2 de diciembre de 2014

La Iglesia no tiene derecho a decidir por mí

Detrás de cada mujer hay una historia. No todas son de color rosa. Muchas se han tejido con hilos de dolor y, cuando eso ha sucedido, ningún cura ha estado ahí para secar nuestras lágrimas. A pesar de ello, y de que cada una ha debido levantarse como ha podido, hoy la Iglesia quiere decirme qué debo hacer si la tragedia toca mi puerta.

Vestida de Pastoral, la opinión de nuestros obispos llega al mismo tiempo que la cobardía de nuestros diputados, que decidieron enviar a comisión las observaciones que el presidente Danilo Medina le hizo al Código Penal en lugar de discutir el tema. La presión, asumo, les pudo mucho más que la razón.

Para razones las de los curas, que quieren imponer su criterio sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, dando por sentado qué es más traumático para nosotras. "Es verdad que la violación produce un trauma en una mujer violada", reconocen sus eminencias. Pese a ello, y como el aborto produce otro trauma psicológico, ellos entienden que deben ahorrarnos el segundo trauma, es decir, el del aborto. "¿El Estado va a legislar para que en vez de un trauma, tenga dos?: el de la violación y el del aborto provocado", se preguntan.

En este punto es importante explicar, porque para un hombre debe ser muy difícil imaginárselo (supongo que para un cura, célibe, aún más) qué siente una mujer cuando es violada: se siente perdida, engañada, abusada, dolida, desamparada y, sobre todo, sucia, muy sucia. ¿Su único deseo? Olvidar. Pero olvidar rápido, con mucha prisa, como si el olvido se llevara consigo lo sucedido.

Ese olvido, si no hay embarazo de por medio, suele tardar en llegar. Pero, ¿y si hay consecuencias? En lugar de un dolor, son dos. ¿Cómo tener un bebé que cada día me va a recordar que estoy sucia, muy sucia? Yo no podría tenerlo. Entonces, ¿el Estado va a legislar para que yo tenga un hijo que no amaré, obligándonos a ambos a vivir en desgracia? ¿Cómo traer al mundo un niño que sufrirá desde que dé su primer hálito? No es justo ni para mí ni para él.

Nadie tiene derecho a decir qué trauma yo he de elegir. Yo preferiría abortar y no mirar atrás. Sería un dolor tremendo, lacerante, pero me permitiría olvidar lo que pasó: sería pasar la página y ya está. Con el tiempo, como pasa siempre, volvería a ser yo y cedería el dolor. ¿Por qué es tan difícil entenderlo?

Para la Iglesia es fácil decir que "a quien hay que penalizar es al violador, mientras que a la mujer con su criatura darle el apoyo y acompañamiento justo y solidario". Lo difícil es ponerse en nuestro lugar. Nosotras, en caso de violación, querríamos su apoyo y acompañamiento justo y solidario. Pero para parir, sino para decidir. ¡Nadie puede obligarme a tener un hijo si yo no lo deseo! Y jamás, así como no lo he tenido al día de hoy, lo tendré a menos que lo decida, lo busque y lo quiera. Un hijo no se puede tener porque un tercero, que ni siquiera me ayudará a lidiar con él, así lo decida.

Por otro lado, la Iglesia habla de los casos en que peligre la vida de la madre, dando por sentado que hay que salvar las dos vidas. Eso, por supuesto, sería lo ideal. Pero, ¿y qué pasa si no es así? ¿Puede el Estado obligarme a librar una lucha sin cuartel por salvar una vida que acabará con la mía? No me parece justo. Demasiado difícil es verse en esa disyuntiva como para además tener que dejarse morir porque así lo ha decidido alguien más.

Para ustedes, como hombres, es muy fácil sentarse a opinar acerca de la vida de nosotras. Ya está bueno de ello. Llevamos siglos actuando en función de lo que los dogmas han querido. Pero basta ya. Nadie es quien para mandar en mi útero, mi presente y mi futuro. La única responsable de mí soy yo. La Iglesia, más que boches, no me da absolutamente nada. Por tanto, no tiene derecho a decidir por mí.

Dicho esto, pasemos al punto en el que la Iglesia le recuerda a los legisladores que tienen que "legislar a favor del bien común de la vida, de la justicia, de la inclusión, de la equidad, de la solidaridad con los más pobres, necesitados y los más débiles e indefensos". En honor de ello, yo les pido que piensen qué es lo justo para una mujer abusada o que está a punto de morir: ¿condenarla por algo que no ha hecho? Eso no es equidad, solidaridad ni inclusión.

En ese mismo tenor, la Conferencia del Episcopado le pide a Dios que libre a los congresistas de "legislar a favor de la muerte para que no tengan que cargar en su conciencia la culpabilidad eterna de la condena a muerte a seres inocentes e indefensos". En honor a ello, vuelvo a preguntar: la "vida" de un inocente vale más que la mía.

Hasta aquí lo dejo. He fastidiado demasiado con este tema. A continuación les pongo el texto de la Pastoral de la Familia, por si quieren leerlo íntegro...

COMISIÓN NACIONAL DE PASTORAL FAMILIA-VIDA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO DOMINICANO
“DIALOGANDO EN LA VERDAD RENOVEMOS LA SOCIEDAD”

Ante la observación a la Ley aprobada sobre el Código Penal enviada a la Cámara de Diputados por el Poder Ejecutivo, referente a la penalización del aborto expresamos públicamente nuestro RECHAZO a la misma. En primer lugar porque viola nuestra Constitución: “el derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse ni aplicarse en ningún caso, la pena de muerte”. (Art. 37- Constitución de la República Dominicana, 26 de Enero 2010).
Una eventual “legalización del aborto” es dictar “pena de muerte”, a una persona por demás indefensa, aunque ésta provenga de una violación de la que ella no es nada responsable, o bien pudiera tener alguna malformación.
Es verdad que la violación produce un trauma en una mujer violada. Y esto no es nada deseable y del todo reprobable. Ahora bien, entiéndase bien que un aborto provocado es y será para siempre un trauma sicológico perdurable en el tiempo (Síndrome del Post-Aborto).
De modo que además del trauma de la violación, ¿el Estado va a legislar para que en vez de un trauma, tenga dos?: el de la violación y el del aborto provocado.
A quien hay que penalizar es al violador, mientras que a la mujer con su criatura darle el apoyo y acompañamiento justo y solidario.
Cuando la carta del Presidente habla de “el derecho a la vida y a la salud, el respeto a su dignidad humana y a su integridad psíquica y moral”, referido a la mujer embarazada, nótese que es excluyente, dado que sólo se refiere a la mujer, a la que naturalmente hay que salvar siempre, no reconociendo que allí en una mujer embarazada hay otra persona, otro ser humano al que hay que salvar y no condenar, tal como establece el Art. 38 de nuestra Constitución.
El principio a tener en cuenta es que son dos vidas que están en juego. El Estado tiene el deber y la obligación de ser inclusivo y legislar para salvar las dos vidas, no para salvar una y condenar la otra.
Este mismo principio es válido para el profesional de la salud. El médico, en caso de emergencia y amenaza contra la vida de la mujer embarazada tiene el deber de atender y procurar la salvación de las dos vidas. Si en el camino de procurar salvar las dos vidas y una, tal vez la más débil, muere, no es objeto de penalización, guarda su seguridad jurídica en el ejercicio ético de su profesión, que es salvar vidas, no ir a una intervención condenando una y salvando otra. Decir que “debe prevalecer el derecho fundamental a la vida de la mujer embarazada”, es producir una “condena de muerte”, cuando el médico los puede salvar a los dos.
De modo que “el interés de protección social y el respeto a la dignidad” de los profesionales de la salud, está salvado, siempre que su accionar profesional sea equitativo e inclusivo, no en desigualdad de condiciones, ni con criterios y principios de exclusión.
Creemos que no es nada coherente la justificación que dice sobre los compromisos internacionales de derechos humanos suscritos y ratificados por los órganos competentes de la República Dominicana.
No podemos confundir para nada los fenómenos de violencia contra la mujer, con esta realidad de nuestra Constitución: “el derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte”. (Art. 37- Constitución de la República Dominicana, 26 de Enero 2010).
El Estado no tiene derecho a violar su propia Constitución, condenando a muerte vidas indefensas e inocentes.
Promover, inducir y legalizar abortos, sí es una violencia contra la naturaleza de una mujer. Implorar a los organismos internacionales, que han tratado irresponsablemente a la República Dominicana, ha de constituir una vergüenza para todos los dominicanos.
Por otra parte, un problema de “salud pública”, no se le debe atribuir al aborto, ya que causas y consecuencias de las políticas sociales y económicas del Estado, no se deben confundir con la condena a muerte de criaturas humanas en el vientre de la madre.
Como pueblo, ciudadanos y nación, ¿qué decirles a nuestros legisladores?, que cada uno de ustedes representa una población especifica del conjunto de los dominicanos. Ustedes tienen el poder de legislación por delegación de dominicanos que han depositado su confianza para legislar a favor del bien común de la vida, de la justicia, de la inclusión, de la equidad, de la solidaridad con los más pobres, necesitados y los más débiles e indefensos.
En el penúltimo párrafo de la Carta del Sr. Presidente, pareciera que devuelve a los legisladores el diagnóstico y la receta, con un argumento que nos coloca en el escenario de la vergüenza.
Ante el intento de equiparar nuestra legislación con los países del mundo que permiten la interrupción del embarazo les queremos recordar que una mentira dicha como si fuera verdad 999 veces, será siempre mentira. El aborto ha sido, es y siempre será un crimen. No hemos de querer equipararnos en el mal o lo malo, sí hemos de procurar equipararnos en lo bueno y en el bien. Es lamentable que se pretenda mutilar este Código, que pudiera ser un avance sin precedente, queriendo sumergir nuestra Nación Dominicana en la cultura de la muerte y el tener que llevar sobre hombros nobles, la humillante decisión de ser incapaces de hacer la diferencia siempre a favor del bien común y del respeto al valor mismo de nuestra propia existencia, como es la VIDA HUMANA.
Líbreles Dios de legislar a favor de la muerte para que no tengan que cargar en su conciencia la culpabilidad eterna de la condena a muerte a seres inocentes e indefensos.

Hoy conviértanse en nuestra voz

Hace una semana hablaron de violencia. Dibujaron un lazo blanco y asumieron el compromiso de no cometer, permitir o silenciar la violencia contra las mujeres. Así lo dijo el propio Abel Martínez, presidente de la Cámara de Diputados, en ocasión del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Hoy es un buen día para recordarles su compromiso. Dentro de unos minutos se sentarán a discutir las observaciones que el presidente Danilo Medina le hizo al Código Penal. Hablarán del aborto o de la interrupción del embarazo, si les suena mejor, y tomarán una decisión que nos afectará para toda la vida. Espero que, al sopesarla, recuerde su compromiso: NO NOS VIOLENTEN.

Sé que son muchas las voces que les piden que rechacen las observaciones del Presidente. Pero, ¿se ha fijado que la gran mayoría de ellas son pronunciadas por hombres? Las iglesias, sobre todo, advierten del peligro que sería permitir el aborto en determinadas ocasiones. Pero, ¿debe ponerse la fe por encima de una violación, del incesto o de la propia vida de una mujer? Hacerlo sería una forma cruel de violencia.

Seamos honestos. Prohibir el aborto, como de hecho lo está, no impedirá que nadie lo haga. Abortos siempre ha habido, y muchos, sólo que se hacen de forma muy insegura y llevan a la tumba a toda mujer que no tiene el dinero suficiente para pagar una buena clínica de esas que venden el silencio a golpe de dinero. No nos llamemos a engaño: penalizar sólo hace más fructífero el negocio de unos y más humillante la muerte de otras. La conciencia, esa a la que apelan, no viene vestida de penalidad.

Son muchos los argumentos que les están esgrimiendo. El principal es el respeto a la vida. A ese mismo respeto apelo yo: a que respeten nuestra vida y nuestras decisiones: cada mujer tiene que ser libre de hacer con su vida lo que entienda mejor y eso incluye tener o dejar de tener los hijos que quiera.

Entiendo que en una sociedad como esta es muy difícil legalizar el aborto en todas sus formas porque las consideraciones morales (de la boca para afuera, claro, porque de las puertas hacia adentro se resuelve como se pueda) pesan demasiado y sería casi como una afrenta hacerlo. Por ello, les pido que aprueben la despenalización del aborto en caso de violación e incesto, así como cuando nuestra vida en esté en riesgo.

Cada uno de esos casos representa una situación de dolor. Ninguna mujer aborta por gusto. Detrás de esa decisión hay muchas lágrimas e impotencia. En caso de que el embarazo sea producto de la violencia es aún peor: sentir que dentro de ti crece el producto de tu dolor tiene que ser algo terrible. ¡No se puede condenar a una mujer a pasar por eso! ¡Es como violarla dos veces!

Pensar en que tu vida esté en riesgo y te obliguen a morir y es todavía más cruel. ¿Se imaginan que sus esposas o sus hijas o hermanas tengan un embarazo que las puede matar? ¿Qué harían ustedes? ¿Violarán el Código Penal si penalizan el aborto? Estoy segura de que sí. Pero, ¿qué va a pasar con las que no puedan hacerlo? Arriesgarán, como lo hacen ahora, sus vidas.

Es duro hablar de esto. Resulta chocante saber que el destino de nosotras está en manos de los hombres. Siempre lo ha estado. Antes era en la de los maridos y ahora en la de ustedes, los legisladores. ¡Qué crueles son estas sociedades machistas! Al final, por más liberadas que seamos, siempre nos toca esperar por ustedes. Hoy esperamos que no nos decepcionen. Que voten en nombre de nosotras y se conviertan, al menos por una vez, en nuestra voz.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El aborto no es asunto de feministas...

Las lecturas de los últimos días han sido intensas. Muchas, demasiadas, versan en torno a las mujeres y a nuestro derecho (o no, más bien) de decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida. ¿Lo más interesante? Las reacciones más duras son, ¿acaso por misoginia y machismo?, la de los hombres. ¿Por qué en pleno siglo XXI aún quieren disponer de nosotras? ¿No se cansarán jamás de controlarnos -o intentarlo- y decidir lo que ellos entienden que es mejor para nosotras?

Es evidente que no. ¿Los hombres entienden que ellos tienen el poder supremo de imponernos su visión del mundo, de la vida y hasta de la ética? Da igual lo modernas y espabiladas que seamos: podemos producir, ser independientes pero siempre, escúchenlo bien, siempre habremos de estar supeditadas a las reglas del "mundo masculino".

En caso de que pensemos de forma diferente y queramos actuar de acuerdo a nuestra propia convicción se nos acusa entonces de ser feministas (con todos los matices negativos que le han endilgado a esa palabra cual si fuese algo demoníaco luchar por el bienestar de las mujeres). Al hacerlo, por supuesto, la única finalidad es descalificarnos.

La mejor muestra para ilustrar lo que digo es la columna que publica hoy Orlando Gil. En ella habla de las observaciones que el presidente Danilo Medina le hizo al Código Penal. Para comenzar, Orlando escribe que "se dijo que el Código Penal era obra de consenso, y entre los primeros en expresarse en esos términos estuvo el Consultor Jurídico del poder Ejecutivo. La promulgación como ley, se pensó, sería un clavo pasado".

Ese "consenso", sin embargo, fue cosa de hombres. Pero no de todos los hombres. Muchos hombres, como la mayoría de las mujeres, ha pedido que no se penalice la interrupción del embarazo en todas sus formas. Y es que, aunque haya quienes aún no lo entiendan, es un abuso obligar a una mujer (aunque la mayoría de los casos son de niñas y adolescentes) a parir el producto de una violación o un incesto. Peor aún es pretender que alguien se entregue a la muerte cuando un embarazo pueda acabar con su vida.

Aclarar este punto es importante porque, más allá de ese consenso que no es real, tiene que estar la razón. Da igual que los legisladores y la Iglesia hayan decidido que cualquier forma de aborto debe penalizarse: no es justo que se castigue a mujeres inocentes, que no han hecho nada, en nombre de algo que llaman consenso.

Por otro lado, es bueno apuntar que el Presidente no sólo ha complacido un reclamo de las feministas, "un núcleo que no es grande, pero que sabe hacer alboroto en los medios… (sic)": ha escuchado las voces de mujeres y hombres totalmente anónimos que le han hablado a través de las redes e, incluso, de gente de fe que sabe separar el dogma de las circunstancias.

Pensar que el tema del aborto terapéutico queda reducido a un asunto de feministas es como creer que el Código Laboral sólo le atañe a los sindicalistas: aunque usted sólo vea las voces más conocidas, no quiere decir que el resto de la población esté ajena a él.

Es por eso, precisamente, que el Presidente actuó como correspondía en torno al Código Penal. A pesar de que se distanciara de las iglesias, como bien dice usted, señor Orlando, Danilo apostó por defender a quienes afectaba ese código: a todas las mujeres dominicanas.

Quienes se oponen militantemente al aborto siempre tendrán la opción de no recurrir a él en caso de necesidad. Sin embargo, no se puede pretender que todas las mujeres piensen igual: el Estado, que no está para obligarnos a actuar de tal o cual manera, tiene como función esencial proteger los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y de su libertad individual, tal como lo consigna la Constitución de la República.

"La República condena todo privilegio y situación que tienda a quebrantar la igualdad de las dominicanas y los dominicanos, entre quienes no deben existir otras diferencias que las que resulten de sus talentos o de sus virtudes", dice la Carta Magna en su artículo 39 sobre el Derecho a la igualdad, lo que quiere decir que el Estado no puede tomar decisiones que privilegien a un colectivo, lo que se haría si se penaliza el aborto: se estaría legislando en función de un credo.

En otro orden, señor Orlando, le aseguro que el debate ha tenido poco de hormonal y de histérico, como usted argumenta. Se ha hablado de salud y de derechos humanos -con muy mucha sensatez, por demás- pero tal parece que de eso usted ni cuenta se ha dado. ¿No será que la testosterona lo ha nublado?

Finalmente, saquemos el aborto del ámbito moral, donde usted lo ha colocado, y llevémoslo al ámbito de la conciencia. Ahí, señor Gil, es que debe estar porque se trata de un asunto personal.

Al padre Luis Rosario...

Cuando leí la carta del padre Luis Rosario sentí un montón de cosas. Por un lado fue un poco de indignación pero por el otro casi un poco de ternura. Su posición, como cura, es tan predecible que no debo tomar a mal sus palabras. Por ello, aunque muchas de sus afirmaciones me cayeron como un balde de agua fría, lo entendí perfectamente. Pero, ¿significa eso que debía olvidarlo? Definitivamente, no. Y es que, a pesar de que sus intenciones son en principio buenas, el tema en cuestión es tan femenino que la Iglesia debería mantenerse tres pasos atrás cuando se trata de ello. ¿Quién, acaso, debe llevar un embarazo? ¡Nosotras!

A pesar de que somos las mujeres las que tenemos que lidiar con este asunto, nos hemos pasado la vida viendo cómo los hombres presionan para que su posición sea la que prime. La Iglesia es el mejor ejemplo: compuesta por señores que quieren decidir todo lo que se hace y se deja de hacer, quiere imponer sus dogmas sobre nuestro cuerpo. Es por ello que vemos cómo el padre Luis Rosario le dice al presidente Danilo Medina que le ha decepcionado porque al observar el Código Penal le está abriendo las puertas al aborto legal en la República Dominicana (algo que no sucederá pero que ojalá así fuera porque cada mujer debería tener derecho a decidir sobre su cuerpo).

Cuando el padre Luis Rosario habla de abrir las puertas al aborto olvida decir que aquí se está hablando únicamente de los casos en los que peligra la vida de la madre, así como los de violación, incesto o cuando el feto tenga malformaciones incompatibles con la vida. Es decir, no estamos hablando de festinar el aborto, que es lo que siempre temen las iglesias cuando se menciona este tema.

Sé que para la mayoría de los católicos es difícil pensar en cualquier forma de aborto. Sin embargo, y con una cruz que cuelga de mi cuello, le diré que las convicciones religiosas jamás deberían imponerse sobre el corazón y la razón. Y es que, padre, ¿se imagina usted lo duro que debe ser parir el producto de una violación? Como hombre, seguramente que no puede ponerse en ese lugar. Yo le digo, padre, que no hay nada más terrible que ser abusada. Si encima de ello el cuerpo te lo recuerda cada día, mientras crece el producto de ese abuso, el dolor se multiplica. Por ello, a pesar de Dios, será muy difícil amar a ese bebé. ¿Y es justo que nazca un bebé rechazado, que no tendrá amor y que al final terminará siendo abandonado? Prefiero mil veces no tenerlo.

Por otro lado, padre, nadie puede pedirme que renuncie a mi vida si un embarazo puede acabar con ella. Hay quienes dicen que hay una salida constitucional a ello pero, ¿quién me asegura que el médico que me trate pensará en la Constitución en lugar del Código Penal? No hay derecho, padre, a que las mujeres sean llevadas a la tumba si no lo desean. Ese debe ser, igual que en el anterior, un caso en el que la mujer decida qué quiere hacer.

También debe ser potestad de cada quien llevar a término un embarazo que traerá consigo un bebé que no es viable. Hemos visto casos de padres que deciden hacerlo, a sabiendas de que su bebé durará horas. Pero, ¿y si no quiero pasar por ese dolor? Esa debe ser mi decisión.

Siguiendo con su carta, padre, usted dice que el cuidado y la protección del matrimonio y la familia es un asunto del Estado porque así lo consiga la Constitución de la República. Pero, ¿qué tiene que ver el aborto terapéutico con todo esto? ¿Será, acaso, que usted teme que con la despenalización del aborto (en todas sus formas, asumo) disminuyan los matrimonios que se materializan a causa de los embarazos? En ese caso, padre, puede estar tranquilo: quien decide abortar lo hace por encima del Código Penal, como sucede ahora, con la diferencia de que recurre a abortos inseguros e insalubres que se llevan a más de una hacia el otro mundo.

El Estado, padre, no debe decidir sobre los asuntos personales. Por más que la Iglesia lo desee, el matrimonio y la familia son un algo personal. Nadie puede obligarme a casarme y tener hijos. Como mujer adulta que soy, con 41 años, soy yo quien decidirá si algún día se casa y, por demás, si decide o no tener hijos. Ni Dios ni la Iglesia son quiénes para decidir por mí.

Continuando con el tema de las decisiones, que son las que de verdad le asustan, usted habla del aborto como "la búsqueda de soluciones fáciles a posibles situaciones incómodas que se produzcan como resultado de la actividad sexual, muchas veces descontrolada". ¿Aplica eso para la violación? ¿Debe la mujer cargar con las consecuencias del "descontrol" sexual de un hombre? No, padre, definitivamente no.

En el caso del sexo consensuado, sin embargo, hay una manera fácil de no tener que lidiar con "situaciones incómodas", como usted le llama a los embarazos no deseados: se llama prevención. ¿Cómo hacerlo? Mediante esos demoníacos anticonceptivos y/o la educación sexual que tanto ustedes odian. Sí, sí, padre, diga lo que quiera pero no cierre los ojos: los adolescentes seguirán teniendo sexo, de forma irresponsable, mientras queramos evadir la realidad. Hay que hablarles de sexo, decirles qué pasa si lo hacen, para que entonces retarden su inicio sexual.

Usted dice también que el tema de la "sexualidad amerita un trato respetuoso, sobre todo porque hay valores trascendentales de por medio, como es la vida, la felicidad, el respeto a sí mismo/a y a los demás, la visión del hombre en relación a la mujer y la visión de la mujer en relación al hombre, y sobre todo el amor. No es un juego de niños/as, sino tal vez el valor más sagrado que tiene la existencia humana, que merece ser tratado con respeto y dignidad".

En eso estamos de acuerdo. La sexualidad amerita un trato respetuoso y, por tanto, no debe ser penal. En ese mismo tenor, se debe respetar la forma en que cada quien decida vivir su sexualidad, independientemente de lo que entienda la Iglesia. También, en honor al respeto a sí mismo y a los demás, cada quien debe respetar lo que otro decida. ¿Cómo usted pretende, padre, decirme que me respeta y respeta el valor de la felicidad si quiere imponerme su criterio?

No entiendo, por ejemplo, que usted diga que nuestra cultura empuje a la permisividad en perjuicio sobre todo del matrimonio y la familia. ¿Es que acaso todos tenemos que casarnos y tener una familia con un montón de niños? ¿Y si eso no me hace feliz? ¿Y si no he encontrado con quién tener esa familia? Creo, padre, que el fin del individuo no es casarse y tener una familia. Si eso llega, perfecto. De lo contrario, creo que como adulta puedo hacer lo que estime pertinente con mi cuerpo.

Usted dirá, como expone en su carta, que no creo en el matrimonio y la familia. No, no se trata de eso, padre. Se trata de todo lo contrario: tanto creo en el matrimonio y la familia, esos que deben ser para siempre, que nunca me casé. Y es que, padre, yo no quería divorciarme y que mis hijos fueran producto de un divorcio.

El no haberme casado no es sinónimo, como usted da a entender, que no tenga valores éticos. Tener sexo sin haberme caso nunca, padre, no le resta nada a mi integridad. Tampoco le hubiese agregado el que me mantuviera virgen hasta el día de hoy.

Dejando de lado mi cuerpo, porque no es de lo que se trata, quiero volver a tocar el punto de la educación sexual. Usted dice que "no puede concebirse como una instrucción sobre la anatomía humana, cómo utilizar el cuerpo, cómo bloquear la conjunción de un óvulo y un espermatozoide. Las políticas de algunas instituciones privadas y hasta del Estado han ido en esta línea, que es poco educativa y no tanto humanizante".

Ay, padre, ¿por qué no dice mejor la Iglesia se sigue oponiendo a los anticonceptivos y que cree que la educación sexual se remite sólo a eso? No hay quien les entienda, padre. ¿Cómo evitar los embarazos no deseados si no es por medio de la anticoncepción? ¿Cómo cree usted, si no se explica qué sucede si tienen relaciones sexuales antes de tiempo, que se evitará que las adolescentes queden embarazas? Por otro lado, vistas las evidencias de que muchos muchachos tienen sexo, ¿no cree usted que es mejor que se cuiden para que no haya tantos embarazos no deseados y tantos abortos? Las estadísticas, padre, son la mejor evidencia de que hay que hacer algo en torno a ese tema. Y no es morbo, como usted dice, sino prevención.

Usted dice también que "la educación sexual no puede estar dirigida a una vida sexual sin proyecto de vida y sin orientación en valores". En eso también estamos de acuerdo. Sin embargo, padre, hay que ver a qué le llamamos proyecto de vida porque yo creo que el mío no coincide con el suyo. Eso no quiere decir, como usted señala, que contradiga el mundo de valores "que debe orientar a los seres humanos" (otro punto del que deberíamos haber después, por cierto). Y es que, aunque mi fin ulterior no sea la procreación, le puedo asegurar que mi sexualidad es todo lo responsable que tiene que ser.

Sé que a estas alturas usted estará escandalizado, padre. Sin embargo, debo advertirle que mucha gente siente y piensa lo mismo que yo. Y es que, padre, la sexualidad va mucho más allá de la religión. También los principios. Por eso, padre, le pido que no nos quiera imponer su forma de ver la vida. El matrimonio y la familia son hermosos. Pero deben estar basados en el amor. Nunca en una violación o en un incesto. Por ello, padre, no debemos mezclar esos casos con los demás. Hacerlo es un pecado.


PD. La carta del padre Luis Rosario:


CARTA PUBLICA AL LICENCIADO DANILO MEDINA

Distinguido Sr. Presidente:

Permítame que le hable con la mayor franqueza.
¡Qué decepción, Sr. Presidente! Usted ha hecho lo que nunca se hizo: Abrirle las puertas al aborto “legal” en la República Dominicana. De corazón le deseo que Dios lo perdone.
No me sorprendió su decisión de observar el Código Penal, pues si Usted lo recuerda, cuando era Secretario de la Presidencia, externó una posición de semejante contenido. En esto ha sido coherente.
El precedente de Loma Miranda, me permite desconfiar de que el Congreso sea también coherente con la posición que tomó y que permitió que el Proyecto de Código llegara a sus manos para la promulgación abortada.
El cuidado y protección del matrimonio y la familia, que la constitución de la República pone en manos del Estado, se tambalea cuando en alguna forma se viola el derecho a la vida de los más inocentes y se abre las puertas a la búsqueda de soluciones fáciles a posibles situaciones incómodas que se produzcan como resultado de la actividad sexual, muchas veces descontrolada.
El fin último no es defender a la mujer, madre embarazada, en riesgo de salud, sino simplemente que se abran las puertas al aborto. Cuando ya las puertasestén legalmente abiertas, ya nadie preguntará si el aborto se practica por razón eugenésica, por violación, por razones económicas y sociales, o “terapéuticas” como eufemísticamente se le llama al que parece más convincente para la opinión pública.
Su decisión le ha abierto las puertas a este tipo de solución a través del aborto, sólo falta un empujoncito de parte de los legisladores. En fin de cuentas lo que está de por medio es la filosofía de la sexualidad humana que adoptará el Estado.
El tema de la sexualidad amerita un trato respetuoso, sobre todo porque hay valores trascendentales de por medio, como es la vida, la felicidad, el respeto a sí mismo/a y a los demás, la visión del hombre en relación a la mujer y la visión de la mujer en relación al hombre, y sobre todo el amor. No es un juego de niños/as, sino tal vez el valor más sagrado que tiene la existencia humana, que merece ser tratado con respeto y dignidad.
Es cierto que, en el pasado y también en el presente, el tema de la sexualidad ha sido en algo tabú en ciertos contextos, no sólo el religioso, Pero de un tema tabú no puede pasar a recibir un manejo que caiga en la “cualquerización”, sin ningún tipo de referencia ética, quemire como normal la adopción de medidas abortivas.
Mientras en ciertos contextos el tema de la sexualidad ha sido tabú, ha coexistido una cultura permisiva y que empuja a la permisividad, en perjuicio sobre todo del matrimonio y la familia. Quien no cree en el matrimonio y en la familia, no puede tampoco creer en valores éticos en torno a la dimensión sexual, equiparándola entonces a cualquier tipo de conducta, menos la humana.
No es coherente, bajo el punto de vista lógico, lamentarse de que hay adolescentes embarazas y, al mismo tiempo promover alegremente, como política, el uso de preservativos en esa misma población que se quiere proteger, incitándola al morbo, diciéndole que es dueña de su propio cuerpo y que con él puede hacer lo que le da las ganas, aun por encima de cualquier orientación que puedan recibir de sus familiares.
Peor todavía cuando se promueve el aborto como solución a ciertos embarazos en cualquiera de las manifestaciones y que producen pruritos o comezón social.
La educación sexual no puede concebirse como una instrucción sobre la anatomía humana, cómo utilizar el cuerpo, cómo bloquear la conjunción de un óvulo y un espermatozoide.Las políticas de algunas instituciones privadas y hasta del Estado han ido en esta línea, que es poco educativa y no tanto humanizante.
La educación sexual no puede estar dirigida a una vida sexual sin proyecto de vida y sin orientación en valores.
El calificativo de “conservadora”, referido sobre todo a la Iglesia, no mete miedo a nadie ni tiene ningún tipo de efecto, ya que hoy, más que nunca, este término, en contraposición a “revolucionario”, “de avanzada” “progresista”, “liberal”, está desacreditado.
Cuando se quiere vender una práctica como de avanzada, se recurre a enrostrar el término “conservador” a quien no le hace juego a posiciones que, a las claras, contradicen el mundo de valores que debe orientar a los seres humanos. De manera que no tiene ni pie ni cabeza calificar de “conservadora” a la Iglesia porque defiende una sexualidad responsable, el matrimonio entre un hombre y una mujer, y el respeto a la vida contra la práctica del aborto.
Cualquier persona puede hacer las cosas más contradictorias y disparatadas en la vida, pero se va muy lejos cuando se pretende que la sociedad tome ese camino inadecuado.
Aunque no se trata de un tema estrictamente religioso, el que se refiere a la creación de una cultura de valores, también en la dimensión sexual, hay que reconocer que la Iglesia les resulta molesta a quienes desean implantar el caos en el tema relativo a la sexualidad.
En muchas cosas la Iglesia puede variar su posición, debe cambiar, pero en lo que se refiere al respeto sagrado de la sexualidad, al matrimonio y la familia, y en torno al valor de la vida, abandonaría su vocación humanizadora y evangelizadora si lo hiciese.
Los pecados y faltas que se producen dentro de la misma Iglesia, no justifican abandonar el camino en la búsqueda de valores, sino que más bien son signos de la debilidad humana y no de claudicación del llamado a la superación y perfeccionamiento humano.
Como siempre, señor Presidente, le deseo muchas bendiciones y pido al Señor que ilumine su mente y corazón para tomar medidas que fomenten el matrimonio, la familia, la vida y el amor.

Padre Luis Rosario